viernes, 19 de julio de 2019

De Algeciras a Estambul. Parte 1 de 3


Preliminares
Si, de la canción de Serrat, de  “Mediterráneo”. Me apropié de ese verso cuando,  regresando de Grecia, comencé a contemplar la idea de navegar aún  más lejos; a Estambul…
El proceso ha llevado su tiempo, casi dos años de altibajos en la firmeza del propósito, debidos a las dudas de encontrar una tripulación dispuesta a una ausencia de unos 6 meses de su entorno; esto me incluye a mí mismo. Parte este problema quedó resuelto con la división del proyecto en dos etapas; ida y vuelta; en años sucesivos. Tres meses parecen algo más asequibles; aún así, ha sido necesaria una pequeña ración de ese “ahora o nunca” que a veces nos pincha en el culo y nos ayuda a mirar por encima de nuestras rutinas.
Por el momento tengo tripulación para esta primera etapa. El barco se quedará en Grecia hasta la próxima campaña.
Aunque el título de la travesía sea ese (de Algeciras a Estambul) la salida será desde Burriana; el tramo Algeciras-Burriana lo haré en cuanto vuelva.
Preparativos
Teniendo en cuenta que, para no encontrar aglomeraciones por temporada alta en Estambul, teníamos que salir a mediados de abril, pedí fecha para el varadero a últimos de marzo.
José Manuel y yo aprovechamos esta varada para conocernos un poco, ya que nuestro único contacto había sido un foro de navegantes.
Cambio de aceite y filtros. Limpieza y pintado de obra viva. Trabajoso cambio de la estopada seca, que acabó, y sigue, goteando sin saber porqué . Y vuelta al agua.
3 Salida
Resueltos los últimos temas personales y previa consulta de la meteorología, llegamos a Burriana el 11 de abril. Ese mismo día hicimos acopio de víveres imperecederos y a primera hora de la noche nos pusimos en ruta.
Primera etapa Burriana- Tabarka (Túnez) 450 millas. La línea recta entre estos dos lugares pasa muy cerca de Mallorca y, para asegurarnos reserva sobrada de combustible, paramos una hora en Andrax para reponer esos 20 litros de gasoil que habíamos gastado. La motora de al lado repostaba también; “5 litros por milla” nos dijo el que sujetaba el embudo. “Nosotros al contrario, 5 millas por litro”, le contesté. Anochecido salíamos del puerto, esta vez sí, con unas 350 millas delante de la proa. El pronóstico, que más tarde se cumplió, daba vientos portantes de componentes norte y oeste de hasta 20 nudos, y mar formada de hasta 2 metros, con el día intermedio más tranquilo. Esa tarde pescamos un atún de unos 8 o 10 kilos que guardamos en la nevera (aunque solo funciona en puerto a 220 v.).No vimos prácticamente ningún barco hasta el último día que cruzamos la ruta Suez-Gibraltar que siguen los mercantes.
Al amanecer del tercer día navegábamos, a falta de 20 millas, con unas 14 horas de adelanto sobre nuestras previsiones. Debíamos estar a la vista de los guardacostas argelinos, porque escuchamos una llamada de radio dirigida a un “sail vessel in position…”, y daba la nuestra. Cuando le contesté se interesó por el número de tripulantes, puertos de origen y destino, y la bandera. A los 15 minutos vuelve a llamar para que le confirme el nombre del barco: “papa, india, x ray, eco, lima”.” Right”, le contesto. Un rato después quiere saber nuestro indicativo de llamada; como no lo se de memoria, le digo que espere, que  tengo que mirarlo en la documentación. Después de darle el dato nos desea buen viaje, “thank you”, me despido.
Fortaleza de Tabarka
 Con la peña donde se encuentra la fortaleza de Tabarka a la vista, unas 5 millas, hago la primera llamada a la capitanía del puerto; no hay respuesta; media hora más tarde tampoco; a 5 minutos de entrar, ya con las velas recogidas, seguimos sin respuesta. Sin embargo una vez dentro, nos estaban esperando tanto la capitanía del puerto como la policía, para resolver todo el papeleo de entrada al país, una media hora de formularios, tampones y somero registro del barco.
Al encontrar el agua caliente de las duchas de la marina inoperativa, preguntamos por un hamam, pero como no abren para los hombres hasta la tarde, pusimos un poco de orden en el barco antes de zamparnos parte del atún que teníamos guardado. Después de una buena siesta nos fuimos a los baños. Un hombre flaco de piel oscura y mirada clara nos administró un minucioso “lijado” con su correspondiente “escaldado” que nos dejó como nuevos.
En Tabarka todavía quedan pescadores de coral, y tiendas donde lo venden a buen precio. Lo curioseamos en una de ellas. En un jardincillo hay un monumento con una escultura del presidente Burguiba y, posando junto a él, un perro.
Habíamos decidido salir hacia Bizerta (65 millas) la siguiente noche, y a los 20 minutos de haberlo hecho (la salida) recibimos una llamada del los guardacostas ordenándonos volver, porque no habíamos resuelto el papeleo de salida; “Pero si no salimos del país, vamos a Bizerta, lo hemos dicho en la capitanía del puerto”. “No, mesié, hay que hacer el proceso en aduanas, policía y marina nacional”
Así que vuelta atrás, y, una hora más tarde de nuevo en camino.
Llegada a la inmensa, moderna y desolada marina de Bizerta sin incidencias. Repostaje de los bidones vacíos desde un pickup cisterna.
En la cashba de la ciudad entro en la mezquita (creo que del siglo XIV) sin impedimento. Dentro hay dos hombres y una mujer. Ninguno se aclara con el francés pero me reciben con amabilidad, incluso me invitan a hacer fotos.
Mezquita de la Caasba de Bizerta
    En una placeta, donde nos sentamos a comer unas fresas compradas en el mercado, hay un monumento con una columna central de unos 5 metros de altura, con inscripciones en sus cuatro caras.
Monumento a los caídos
Un hombre mayor sentado en la orilla de la plaza con, quizá, su hija me cuenta que esos son los nombres de los caídos del pueblo en la batalla contra el cuartel de la marina francesa, que estaba allí (y señalaba al fondo de una calle). Con 10 ó 12 años jugaba por esos lugares y conocía perfectamente a los franceses que pasaban con sus motos. Me contó que Burguiba no era de Tabarka (allí solo tiene ese monumento) sino de Monastir.
Hoy jueves indagaciones en el puerto de Zarzuna. Hay un varadero de un buen tamaño donde trabajan sobre todo pesqueros, pero también veleros de fibra y epoxi. He preguntado por el precio de un repaso al casco, con lijado y mano de resina. Como el proveedor del material necesario no estaba, me concretarán por email cuando contacten con él. Luego chuletón a la brasa en un garito donde te aparrillan lo que compres en el mercado y paseo sin rumbo por la ciudad.
Viernes 19. Inmersión viajera doméstica: taxi hasta Zarzouna (1,700); furgoneta hasta Túnez (5,400 cada uno); metro hasta las afueras de Túnez para coger el… (0,900 cada) …tren hasta Sidi Bou Said (1,000 cada); precios en dinares tunecinos, a 3,35 dinares por cada euro (cambiados en el banco Zeituna); unas 2 horas en total.
Sidi Bou (para los amigos) es el típico pueblo donde se puede tomar un te en el “Café des Delices” (4,000 cada), comer algún guiso tunecino para guiris (mi cous cous estaba rico)(40,100 entre los dos) …echar medio día, no más. 
Rincones de Sidi Bou Said

 La vuelta: taxi hasta el aeropuerto (8,700); segundo autobús (el anterior se llenó antes de subir nosotros) hasta Zarzouna (4,200 cada); taxi hasta Bizerta (1,700); cerveza en la nave fenicia del puerto viejo (11,600 las dos)
Otro día viaje a Túnez capital,  Medina y Maison Del Bei incluidas. Comida en un restaurante popular.
Mañana hará bueno para salir de Bizerta, aunque con mucha mar formada en estos días de temporal de levante.
Ponemos rumbo a Favignana sobre las 2 de la tarde, cuando el viento estaba rolando según lo previsto; unas 24 horas de singladura. También según lo previsto aparecieron olas de proa de hasta 4 metros, tendidas pero enormes, de las que marean. De madrugada el motor empezó a perder revoluciones hasta quedar al ralentí. Alarma general porque no teníamos ni idea de porqué; parecía algo de alimentación, pero había combustible y no había el olor a gasoil que hubiera producido cualquier fuga. Continuamos a vela unas horas y volvimos a arrancar el motor. Esta vez estuvo en marcha unas 5 horas hasta que se vino abajo. Entonces ya habíamos decidido cambiar el rumbo hacia Marsala con la esperanza de encontrar más fácilmente remolque y la ayuda de un mecánico. Como el viento rolaba continuamos haciendo bordos hasta que consideramos prudente,  por tiempo y por estado de la mar,  pedir remolque al  “circo mare” de Marsala.  “Non avviamo queste servizio”, nos dijeron, y que avisarían a un porticciolo  que si lo tenia. Altamarea  el porticciolo y Raffaele su gerente-mecánico-gruista secretario-etc. Con nuestra posición y rumbo salió en nuestra busca.  Lo avistamos a unas 10 millas del destino, ahí nos dieron un cabo y remolque hasta el amarre con la incertidumbre  de cómo sería la operación del amarre propiamente dicho. No resultó complicado. Cuando le conté como había pasado lo del motor me dijo “Gasolio porco”; pero si los filtros están nuevos,  me quejé. “Gasolio porco” repitió.
El guardacostas de turno escribió su informe y me entrego una copia. Cosa de papeleo,  me dijo.
Después vino la negociación con el capo. Cuando supo que mi seguro tenía el remolque incluido,  le cambió la cara. Enseguida me propuso incluir la reparación, y la estancia de los días que quisiera en la factura para la aseguradora.
Se había obstruido la llave de paso a la salida del deposito de combustible.
Puerto pesquero de Favignana
                                                                                                    
Al día siguiente echamos un par de horas en llegar a Favignana, islita que sin dejar de dar la cara al mar ha pasado de enclave conservero a ser un atractivo turístico por sus aguas transparentes y sus rincones, a los que llegamos en bici eléctrica.
Una noche hasta Palermo. Ciudad diversa, profundamente siciliana,  llena de abandono y de cuidados al mismo tiempo. Mercados populares por las calles, ricos y variados. Iglesias que tienen escrita en sus muros y capillas de rabiosos detalles la crónica de los prohombres de la ciudad y sus proezas. Sus cuatro barrios definidos por el cruce de las calles Maqueda y Vittorio Emmanuele, y la catedral, con el agujerito en el techo que deja pasar los rayos de sol sobre la línea meridiana dibujada de cobre en el suelo.
Sol en la meridiana y frutas en las calles de Palermo
   
24 horas hasta Mesina, con las fuertes corrientes del estrecho y su trafico continuo. Marina incomoda, por el constante movimiento del barco, hasta la desesperación. Ciudad diferente e inesperada. Aseada y de una arquitectura con una grandiosidad que parece no corresponder al porte de la población.  El carillón  del campanile  de la catedral rayando lo grotesco.

                                            
  Fortaleza aragonesa de Le Castella
24 horas más hasta Le Castella. Con,  por fin, una mañana de las que hacen afición a la vela, soleada, viento moderado,  puro placer.
Pueblo recogido y limpio,  con su conservada fortaleza aragonesa de bonito perfil, forma parte del circuito turístico de la Isola di capo Rizzuto,  que comprende varias fortalezas y enclaves de la región.
El dueño de una terraza donde nos sentamos un par de veces,  nos contaba con la vehemencia atropellada de un amante y conocedor de la historia de su pueblo,  los detalles del paso de los griegos,  romanos,  turcos, aragoneses y qué se yo quien más, por la localidad.  Por lo visto, durante un terremoto en el siglo XV,  quedaron bajo el nivel del mar dos islas cercanas a esta costa. Una de ellas,    aseguraba,  era la de la diosa Calipso  donde Ulises paso una temporada de pasión erótica y tormento interior.
El siguiente salto era a tierras del propio Ulises, a Mesolongui. Salimos una tarde, desestimando la oferta de carga de combustible, por considerar que teníamos cantidad sobrada para esta etapa. Portante, agradable travesía; la tarde del siguiente día estábamos con cobertura telefónica griega y a la vista de las primeras islas Jónicas. Cambio de bandera bajo la cruceta de estribor. Por la mañana, en las proximidades de  nuestro destino, me asaltaron dudas acerca de las posibles dificultades de entrar por ese canal tan estrecho, con ese viento de popa de unos 10, 12 nudos. Con velas recogidas y, a la vista del canal, con su señalización, y una flotilla de charter en traslado que salían del pueblo, me relajé, y entramos y amarramos sin ninguna dificultad en un muelle de la gran ensenada que hay dentro de la marisma. El paisaje del canal de entrada, jalonado de pantalanes sobre postes de madera, con barquitas pintadas de azul amarradas a su costado, parecía sacado de alguna película de Florida, o de los cayos cubanos (nunca he estado allí, pero así lo imagino)

                                                  
Canal de entrada a Mesolongi
Primer contacto con Grecia. Café en una terraza en el puerto, precio elevado para nuestras expectativas. Mesolongui, más grande de lo que parecía. Salinas y cierta infraestructura para la observación de la fauna local de la marisma. Sus iglesias, sus pastelerías, sus calles… Aquí murió el guapo y cojitranco Lord Byron, “curado”, con unas sangrías propias de la época, de una crisis de epilepsia.

       
                               Escalera al castillo                                                          Catedral de San Andres                                                   
Luego Patras, una de las ciudades más pobladas del país, considerando su área de influencia. Marina de pantalanes en franca ruina. Por suerte encontramos cobijo en el extremo más protegido de uno de los muelles. Agua, luz y dos días de amarre: 27,17 euros (25% IVA incluido), pero sin agua caliente en las duchas. Enorme y ortodoxamente abigarrada catedral de san Andrés en el extremo oeste de la calle central de la población. Intento fallido de visitar la fortaleza de la parte alta (acababan de cerrar a las 4 de la tarde) después de subir la escalinata de 172 (aprox.) peldaños. El centro muy animado de cafés con terrazas llenas de parroquianos en animada conversación. Se echa de menos un paseo marítimo acorde a la importancia marinera del lugar.
Al amanecer del tercer día zarpamos a Galaxidi, unas 9 horas de meteo favorable (nos retrasamos un día para evitar la lluvia prevista). De camino teníamos programada una breve visita a Lepanto, entrar y salir del puerto; una 
                                                                        
Puerto de Lepanto
vez dentro no nos resistimos a la tentación de amarrar y tomar un simple café. En total alrededor de una hora: fotos, recorrer el entorno del puerto, intento de llegar a una mezquita que mostraba su cúpula entre las casas, y el café. Puertecito amurallado como un belén con una docena de pesqueros y un par de veleros; muy recomendable de visitar.
En Galaxidi, como el muelle estaba prácticamente lleno, nos hicimos hueco entre dos catamaranes de los grandes, tirando ancla por la proa. Agua y luz gratis. Pueblo antiguo, tranquilo, escala para visitar Delfos, tanto ahora sus ruinas como en la época clásica cuando estaba en activo. En el silencio del atardecer se escucha el tintineo de los cubiertos y los platos en las terrazas de los restaurantes del paseo del puerto, y al amanecer el alboroto de las golondrinas que anidan en el cobertizo del embarcadero de los ferris.
En medio de la grandeza de este paisaje rodeado de cordilleras nevadas, no es de extrañar que, en el corazón de aquellos hombres de la edad del bronce (o de cualquier otra), entrando a golpe de espada en la historia, nacieran dioses, ninfas y demás seres mitológicos, que les ayudaran a entender su alrededor.
Travesía a vela hasta Corinto con viento moderado de popa e incómoda mar cruzada. Gente acogedora cuyos gestos de bienvenida no supimos interpretar en un principio.
La ciudad moderna de calles rectas y a escuadra, con mucho sabor local. Algunos pescadores vocean su mercancía, aún viva, en pequeños tenderetes que montan en el mismo muelle al lado de sus barcas.

                     
       Pescador de Corinto                           

Puente bajando y detalle esculpido en la pared del canal
Curioseamos, en la entrada del canal, el paso de un mercante arrastrado por un remolcador y el mecanismo del puente levadizo, o, quizá, deslevadizo; la pasarela por la que circulan los vehículos se hunde en el agua hasta 7 metros para permitir el paso a los barcos; luego emerge y vuelve a dejar paso terrestre.
Primer relevo de tripu.
Por la mañana temprano preguntamos al control del canal por la mejor hora para cruzarlo; alrededor de las 9:30 en el sentido oeste a este.
A esa hora ya llevábamos 15 minutos cerca de la entrada. Que esperásemos su llamada fue la respuesta por radio.
Pasadas las 10 nos confirman: detrás del “red cargo vessel”.

                                                                      
Cruce del canal
Así que motor y nos lanzamos detrás del mercante rojo a cruzar  las 3,3 millas de zanja rectilínea que une los mares Jónico y Egeo.
                                                   
Este canal ya fue un proyecto en tiempos de la Grecia clásica. Nerón incluso comenzó la excavación sin profundizar mucho, pero pudo seguir utilizando la calzada por la que los griegos llevaban sus trirremes, arrastrados por caballerías, de un mar a otro.
Muchas fotos con el canal y los puentes como protagonistas, pero muchas más con el foco en nuestro barco hechas por la multitud de turistas que se alineaban en las barandillas, a 70 metros de altura.
107,17 euros de peaje; hace dos años fueron 80. En las oficinas del canal tienen fotos de los avances de la obra y de la calzada que cruzaba el istmo en tiempos clásicos.
Aegina; amarre tirando el ancla por la proa y con la pala de timón peligrosamente cerca del fondo; visita, en moto alquilada, a los varaderos del norte para conocer de primera mano los precios y servicios que ofrecen. En la isla se cultivan pistachos y, en pastelerías y supermercados, venden productos elaborados con ese fruto.
                           
Pistachero en Aegina
                                                                                       
                                                     
De aquí saltamos al Peloponeso para visitar las ruinas de Micenas,  cosa que teníamos en mente desde antes de salir de Corinto. Ponemos rumbo a Nafplión,  pero al poco de salir cambiamos de idea, por el viento desfavorable y por horas de viaje.  Rumbo a Epidavros,  algo mas lejos de Micenas,  pero nos ahorraba unas horas de travesía que nos servirían para llegar en coche o moto a las ruinas.
Atraque con ancla en un lugar del muelle cerca de un ángulo que hace de rincón. Eso causaba que los rebotes de   las olas que entraban de lleno en el puerto, sin ningún dique, multiplicasen su efecto precisamente ahí. A nuestro estribor un trimarán alemán “atomico” y , justo en el rincón, un 10 metros holandés. Esa tarde, sin que el viento fuera excesivo, el holandés llegaba a hundir la proa hasta el balcón con los meneos, y, ya oscurecido, se marchó; la estrategia de la pareja alemana fue pasar la noche en un hotel. Nosotros aguantamos dentro de la coctelera hasta que poco a poco, ya de madrugada, todo se calmó.
Epidavros es un pueblito tranquilo, un par o tres de hoteles y las típicas “tavernas” griegas a pie de muelle, en este caso separadas unos 15 metros por el césped de un parquecito alargado. Ninguna posibilidad de alquiler de vehículo. La única opción de llegar a Micenas y a un teatro clásico cercano, era en autobús. Ninguna combinación se adaptaba a nuestras necesidades por más que nos estrujásemos el seso. Nos rendimos a la evidencia hasta que se nos ocurrió la solución: tomar el bus a Nafplios a primera hora (7 de la mañana), alquilar vehículo con el que visitar los dos enclaves previstos, volver a Epidavros a pasar la noche y devolver el coche en Nafplios al día siguiente con vuelta en bus.
             
Flores silvestres en la muralla de Micenas y paisaje desde la ciudad 
Micenas vale la pena por su entorno y por las imágenes que recrea tu mente de Agamenón, Menelao y los héroes griegos pululando por esos palacios mientras perpetraban la guerra contra Troya por el rapto de Helena. El teatro, de graderío perfectamente conservado forma parte de un complejo religioso-sanitario-cultural, uno de los 4 más importantes de los clásicos, dedicado a Asclepion.
Pero lo que nos cautivó de Epidavros fue su “sunken city” una gran villa griega sumergida a metro y medio, dos metros de profundidad que ha sido descubierta recientemente. Allí buceamos, hasta que nos cogió el frío, entre sus muros, pavimentos y tinajas.
Esa noche soltamos amarras hacia Kea.
 Templo de Poseidón al amanecer
Al amanecer llegamos a las inmediaciones del cabo Sunion. Obligado fondeo y visita al templo, regentado en otro tiempo  por el voluble Poseidón; por si quedasen rescoldos de su antiguo poder, pero sobre todo por la pura contemplación del paisaje que disfrutaron sus devotos.
 Pescador de Kea
A unas 10 millas de Kea divisamos una vela que parecía venir, por el aumento de su tamaño, mas tarde nos dimos cuenta que llevaban nuestro mismo destino, y que nosotros les superábamos en velocidad (hicimos el trayecto con todo el trapo fuera). Al final llegamos a la bocana igualados, pero estuvimos en el amarre unos minutos antes porque tuvimos la precaución de poner rumbo ¼ de milla a sotavento de la bocana para que al finalizar la maniobra de encarar el viento para arriar, estuviésemos justo entre las luces del puerto.  Ellos, una pareja inglesa de, luego supimos, 80 años, amarraron, con una maniobra serena e impecable de ancla por la proa, a nuestro estribor. Son nuestros héroes, nos dijimos Mario y yo. Les pregunté que de donde venían. “Today from Lavrios, twenty years ago, from England” Le comenté lo de que eran nuestros héroes y me dio las gracias con un efusivo apretón de manos. Luego escribió en un papel la dirección de un varadero al norte de Evia donde ellos dejan el barco en invierno y me dijo que enseñase al dueño una foto que le había hecho para decirle que iba de su parte.
Fondeo de Voufalo
Desde ahí navegamos al recogido fondeadero de Voufalo, en el canal de Evia, donde pasamos una noche apacible.
Chalkis, encrucijada de mares y caminos, donde vehículos y barcos se reparten el cruce del estrecho paso que separa la isla del continente.
Procedimiento para cruzar el puente: pagar la tasa correspondiente (35,60 para 31 pies en mayo del 2019) en la oficina de la capitanía de la marina (a 300 metros a babor, por una acera de 20 centímetros de estrechura), provisto de la documentación del barco (abanderamiento, seguro y DEPKA) de 8 de la mañana a 8 de la tarde (creo); con lo mismo y el documento de pago, y a partir de las 5 de la tarde, acudir a la oficina de la policía de tráfico marítimo ( parte trasera del edificio de los guardiamarinas, en una callejuela cerca de la marina, en el interior del pueblo) donde te dan las instrucciones del paso; a saber: estar a la escucha desde las 9 de la noche en el canal 12, te avisarán por el nombre del barco para que estés prevenido (15-20 minutos antes del cruce) y luego van dando paso de uno en uno con el puente ya abierto.
A la entrada del propio puente hay un cartel luminoso que avisa a los vehículos y transeúntes de la hora a la que se cortará el paso para dejar vía libre a los barcos. En nuestro caso lo pasamos sobre las 11 de la noche y continuamos, según nuestros planes hasta el pueblo balneario de Eidipsos, donde nos abarloamos al amanecer en el único hueco disponible y justo a la popa de un barco español conocido en los foros náuticos. Buenos días, dije en voz alta más tarde, cuando ya se notaba actividad en el interior. Enseguida salió la pareja de navegantes y su perro. Estuvimos de charleta un buen rato intercambiando experiencias, opiniones y derroteros.
Depósitos calcáreos de las aguas termales de Eidipsos
Baño, ducha, inmersión en las aguas termales que se precipitan hasta el mar, puro disfrute; imprescindible si pasas por el canal de Evia.
 Anochecido, caminata por el paseo marítimo, entre las mesas de los restaurantes, preparados para recibir la escasa clientela de estas fechas. Desde una mesa nos llaman;
“Eh! Skiper, where are you coming from”.
“Spain”.
“España, hola amigo; I have lived many years in Brazil… take a table, I have fresh fish, greek food,  or what you want.
 “Thank you, but we eat in the boat”
“Ok”
Y cuando nos alejábamos:
“Eh, skiper, :Listen to the wind”.
A la vuelta nos vio de lejos el indiano griego:
“Listen to the wind”, voceó desde la otra acera.
 “Escucha al viento”, recordé al amanecer de esa mañana, con las nieves del Parnaso ya iluminadas por el sol, mientras nos alejábamos de Eidipsos. Ese viento, que no es sino nuestra propia vocecita interior, nos recuerda nuestra fragilidad y, al mismo tiempo nuestro poder en medio de esa naturaleza brutal, en otro momento poblada de dioses, que nos rodea.
Oreoi, lugar donde está el varadero recomendado por el veterano inglés. En el puerto estábamos un par de docenas de veleros. Pedí prestada una bici a uno de los navegantes y pedaleé los 10 minutos que me separaban del varadero. “Dimitris?” pregunté a la chica de la oficina-tienda. Que volvería en unos minutos, me dijo.
 Atardecer en Oreio

Dimitris, un hombre joven y recio me explicó las condiciones y precio de su servicio. Reconoció a “Deivid” en la foto, y me contó que “Daian”, su mujer, siempre llevaba el timón mientras David soltaba cadena en los atraques. Es verdad, le dije.
 La siguiente meta era Nea Agchialos, en el golfo de Volos. Motoreta para llegar sobre las 12. A pocas millas empezamos a ser conscientes de que el pueblo está en una zona militar restringida a la navegación; lo dice el plotter, el Navionics, y el derrotero de Imray; y los cazas que nos sobrevolaron en varias ocasiones. Cambio de rumbo a Agriá. Al intentar entrar la sonda empezó a quejarse de falta de calado. Nuevo cambio de rumbo, esta vez a Skiatos, ya en el límite de lo posible por horario. Al llegar a la salida del golfo el viento comenzó a arreciar de cara, con la consiguiente acumulación de retraso. Nuevo cambio de destino que nos permitiese ceñir ese viento; Pefki era un buen candidato considerando que rolaría favorablemente a componente norte.
Puerto pesquero con un solo amarre para transeúntes en una esquina rayando con la falta de calado.
Pefki es un destino turístico local muy conocido y con bastante infraestructura para acoger a unos cuantos miles en temporada. Ahora calentaban motores.
Skiatos, al fin, se perfila a unas millas. Primer contacto en la bonita, aunque  moteada  de hamacas y sombrillas, playa de Koukounaries. Amarrados en su minúsculo puerto, paseamos la fina arena de la playa. De aquí a la capital de las Espóradas.  Skiatos, pueblo o ciudad plagado de turismo de pareo, de imanes para nevera y jarritas de cerámica con el nombre de la isla en letras griegas. Es la central de varias empresas de charter, por eso la policía portuaria vino a avisarnos de que debíamos abandonar nuestro amarre en media hora porque venía la flota, con amenaza de multa. Al mismo tiempo nos informó de un amarre donde pasar la noche: detrás del espigón del puerto, es decir en la puñetera calle, popa a una escollera de peligrosos pedruscos, de la que sobresale metro y medio de pasarela que permite mantener cierta distancia entre las piedras y la pala del timón en condiciones normales. Esas condiciones normales     
                                        
El mar desde cerca de la torre del reloj
desaparecieron al paso del ferry expreso Atenas-Skiatos. El tren de olas que levantó subió en volandas la popa del Pixel arrastrando todo el barco contra la pasarela y dejando caer la pala contra la roca del fondo. Susto tremendo y pala descascarillada. Esa mañana había contactado con un operario que trabajaba en el palo de un velero vecino, para que repusiera unos remaches flojos del anclaje de la cruceta al palo. Su jefe nos recomendó que nos mudásemos de sitio: En el puerto viejo estaréis mucho mejor; y me señaló el lugar exacto en unas cartas náuticas de su móvil. Allí pasamos la noche a la espera de que, con la mañana, llegase el trabajador a ponernos los remaches. Llegaron sobre las 10. Al rato llegó también  el expreso Atenas-Skiatos. Esta vez estábamos mucho más lejos, incluso teníamos una peninsulita por medio, el que se iba a subir al palo esperaba por simple prudencia…El meneo fue memorable: dos tirones secos de las amarras arrancaron de cuajo una cornamusa y partieron en dos la otra. Los dos golpes de la popa contra en muelle los sentí como dos patadas en el estómago. El que se iba a subir al palo me dijo inmediatamente que mirase a ver si había alguna vía de agua. No era así (lo miré varias veces con intervalos cada vez mayores). Denuncia posterior en el cuartelillo de la policía portuaria con la esperanza de que mi aseguradora reclamase los daños. Al fin lo de la cruceta quedó resuelto con la salvedad de que los anclajes tenían unas fisuras que recomendaban prudencia, vigilancia y reparación en cuanto fuera posible. El trabajador, en realidad autónomo, no quería cobrarme lo que habíamos acordado: es decir la mitad de lo que me pidió al principio. “Make me a price of a sail man, not of a rich man” le había dicho (no se si es buen inglés, pero me entendió). Luego me aceptó los 50 euros después de que le confirmara por segunda vez que podía pagarlos. “Efjaristó polí” le dije al armenio. Me había dicho que era armenio.
Abandonamos Skiatos, como quien huye de un incendio, rumbo a Patitiri en Alonisios; en su puerto pasamos la noche.
Por una carencia de las cartas del plotter, en las que no figura el puerto de Linaria, fuimos a parar a la desolada marina de Akhili. Proyecto abandonado a su suerte a medio construir. Otro velero despistado y menos de media docena de barcas de pescadores éramos todos los ocupantes de un lugar con capacidad proyectada de 200 o 300 barcos.
Skiros

 Nos acercamos en autostop al bonito pueblo de Skiros, de casas blancas con tejado plano que se precipitan monte abajo. Cuando, a la vuelta, el taxista nos llevó, siguiendo nuestras equivocadas indicaciones, al puerto de Linaria, recoleto y brillante en la noche, comprendimos que nos habíamos confundido en algo.
Al día siguiente tocaba llegar a Turquía, a Çesme. Lo decidimos así para adaptarnos un poco al país antes de llegar  a Çanakale, a partir de donde yo tendría que continuar solo, los siguientes 8 días, hasta Estambul. Unas 20 horas. Echando cuentas nos daba tiempo de tomar un café en Linaria antes de poner la proa a Turquía. Marina pulcra, pequeña pero muy bien equipada; tiene incluso gasolinera en el muelle, único caso que hemos visto en Grecia este año. Pueblecito colgando de la ladera. Un complejo hotelero abandonado, todo lo demás limpio y en perfecto funcionamiento.
Comimos pronto para, según lo previsto, llegar con tiempo de resolver el papeleo de entrada a un país extracomunitario.

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