martes, 23 de julio de 2019

De Algeciras a Estambul. Parte 2 de 3


Ya había amanecido cuando cambiamos el pabellón del obenque de estribor por cuarta vez, con la costa turca, y sus enormes, ostentosas, incluso retadoras banderas rojas, a las vista.
Bandera gigante

Çesme es una ciudad pequeña pero con una importante y bien provista marina.
El proceso de entrada consiste en comprar un documento, el trans-lock,(en teoría en el Ministerio de Marina, pero en la práctica en alguna gestoría del sector) que cuesta 75 euros, y llevarlo a la policía, a aduanas y a la capitanía del puerto. En estas oficinas te ponen un sello en cada hoja de un juego de 4. Luego tienes que volver a cada sitio a dejar una de las copias y tú quedarte el original. También hay que comprar una tarjeta azul (bulú card, así lo pronuncian aquí;las tienen en la propia marina) que sirve para que un sistema informatizado lleve el control de las veces que vacías el tanque de aguas negras durante tu estancia en el país. El sistema tiene unos algoritmos que calculan, según las plazas del barco y la capacidad del tanque de aguas negras, la frecuencia de los vaciados. Si no los cumples, te puedes ver en un lío, con fuerte multa; eso nos dijo el lacio oficinista de la marina. Al final claudicamos y encargamos el papeleo, incluyendo mi visado a un agente al que dolorosamente pagamos 50 eurazos por su gestión.
No encontré las cornamusas en ninguna de las tiendas náuticas de los alrededores. Consideré ese problema prioritario porque estábamos amarrados a los winches, y cualquier daño en ellos o su arraigo habría sido muy grave. Con un trozo de cuadradillo que tuve la precaución de recoger del hotel abandonado de Linaria, fabriqué unas improvisadas cornamusas que, por el momento cumplen su función.
Mejillones rellenos de arroz, luego los hemos visto por muchos sitios.
Pescadores en Foça

Foça, segunda escala turca, debió ser un importante asentamiento griego a juzgar por el grosor de las columnas de los restos un templo que hay en la parte alta, detrás de las murallas que recorren el contorno de la pequeña península entre los dos puertos. Gatos y gaviotas se disputan ruidosamente el pescado que desechan los pescadores en el puerto.
Aquí tampoco encontré cornamusas, pero me indicaron un medio taller medio desguace donde quizá encontrase algo. No había, pero un hombre de mi edad telefoneó a alguien que podía fabricarme unas de inox por 200 liras (30 euros) al día siguiente de 9 a 11. Acepté después de preguntarle si podía confiar en la puntualidad turca y contestarme que por supuesto que sí. Cuando llegué a las nueve menos cinco ya estaba allí la furgoneta taller del herrero. Acordamos algunos pormenores y se puso a ello mientras el que me había hecho de contacto y yo, tomábamos un té. Era un personaje  avispado pero inspiraba confianza. Estaba casado con una rusa, exbailarina del Bolshói, lo dejó a causa de una lesión. Llevaba una camiseta con las siglas e insignia soviéticas “en plan contestatario” me dijo. Añadió que al actual gobierno turco no le interesan las personas que leen, prefiere mantener a la gente ignorante y que le voten, como ocurre en el interior del país, donde , además, son más devotos y radicales en su islamismo.
Las cornamusas perfectas; brillantes y perfectas. Además de “Tesequiur ederém” (Gracias) le dejé 20 liras de propina que se apresuró en dar a su hijo (8 años) que había traído con él y que estuvo un rato atento al trabajo de su padre, incluso sujetando una pastilla de algo con lo que untaba la pulidora. Le dije que no, que eran para él, y al chaval le di unas monedas que tenía preparadas.
Bocadillo (Balik ekmek) de sardinas abiertas y rebozadas, con ensalada, típico de por aquí.
Salimos temprano con el mar como un estanque, de un azul intenso, como el cielo del que colgaba alguna nube algodonosa; sin viento. Al poco, rodeados de islas más o menos lejanas se levantó una brisa suave. Abrí las velas para ceñirla, y, al rato, paré el motor para escuchar el silencio… del casco deslizándose sobre el agua…del viento acariciando las velas… de mi propia respiración contenida… . Alguien creyente lo hubiera flipado…
Mañana saliendo de Foça

Destino Daikili,  Ciudad de tamaño medio,  capital de su comarca, base marítima para visitar Pérgamo y puerto de imposible amarre, por la propia saturación de pesqueros. Muelle de la armada turca con patrullera incluida, quizá para la vigilancia a causa de las pateras de refugiados sirios que han salido hacia Lesbos (justo enfrente a pocas millas) en los últimos años.
Media vuelta después de constatar la imposibilidad de amarre (y menos aún dejar el barco desatendido durante el tiempo de la visita a Pérgamo) y nuevo destino: Alibey, en la isla de Çunda (se lee Chunda; también Çanakkale: Chanacale; Çai: Chai o sea té). Llegamos a primera hora de la noche, después de pasar entre las parejas de balizas que marcan la parte dragada del canal entre isla y continente. De Alibey casi se puede decir que es un complejo de restauración: está plagado de garitos de comida para un turismo de los alrededores; no hay suficientes hoteles, ni de lejos en proporción a los restaurantes. De antiguo pudo ser un núcleo de cierta importancia a juzgar por la buena arquitectura de las casas (la mayoría en ruinas ahora) del pueblo. Tiene también algunos molinos de viento, y pozos en las calles, todo ello en desuso, claro.
Pozo en una calle de Alibey

100 liras (15 euros) noche en el puerto, luz y agua incluidos (sin ducha ni baño).
La mañana siguiente buscamos, en los planos de la zona que tienen los barcos turísticos en el muelle, una playa donde bañarnos. Caminamos casi una hora y solo veíamos hotelitos con pasarelas que se metían 50 metros en el agua para evitar las piedras, algas y suciedad de la orilla. En uno de ellos preguntamos y nos dijeron que sí, que podíamos bañarnos ahí. Al final de la pasarela estaba una pareja con un niño que jugaba a pescar con una caña. Ya fuera del agua aprovechamos una ducha cerca de la orilla para quitarnos la sal. “Tesequiur ederém” dijimos al camarero que habíamos preguntado, pero cuando salíamos por la puerta de la verja otro con el mismo uniforme nos llamó para pedirnos 40 liras por el baño. Un sablazo en toda regla, además de lo inesperado. Le pedimos el tiquet: entonces rebajó el precio a la mitad. Le dimos de mala gana las 20 y cogimos un bus para regresar al pueblo.
A la marina de Ayvalik, justo enfrente, a menos de 2 millas, llegamos antes de que abrieran las oficinas. El marinero de guardia nos llevó al muelle de la gasolinera donde teníamos que esperar hasta las 9.
Sitio de Pergamo

Esa misma mañana cogimos un bus a Pérgamo; impresionante el enclave de la acrópolis, y en la parte baja el entorno presumiblemente fresco (por la abundancia de agua) y acogedor del templo de Asklepeion, dedicado a la sanación; en su entrada hubo una inscripción que prohibía el paso a embarazadas y enfermos terminales, añadiendo que a los dioses no les gusta la muerte; en realidad parece que en los templos de Asklepieion no se permitía nacer ni morir.
Fuente en el templo

El ramadám terminó estando todavía en Ayvalik. Los musulmanes de la costa no son muy practicantes (cuando sonaba el chupinazo anunciando el final del día y del ayuno, muchos ya ocupaban animadamente las mesas de los restaurantes), pero los tres días de fiesta siguientes son escrupulosamente celebrados por todos.
Unas 4 horas hasta Assos. Ya estábamos avisados del poco calado del puerto, de que el atraque mejor de proa y al lado del restaurante. En realidad no era “al lado” del restaurante, si no “encima” del restaurante. Las mesas de la terraza no caen al agua del puerto porque las separa un murete de su misma altura que tiene adosada, por el lado del puerto, una pasarela voladiza de un metro de longitud, que permite el desembarco de navegantes hasta prácticamente encima de los platos.
Amarre en Assos

La antigua ciudad de Assos está allá arriba. Queda mucho por excavar y recomponer. Aristóteles fue invitado por uno de sus gobernantes y pasó una larga temporada aquí, incluso se casó con una paisana, familiar de su mentor.
Minarete cerca de Assos

Dejamos el amarre temprano, para llegar a la isla de Bozcaada con tiempo de dar un paseo por el pueblo. Esta isla esta muy cerca del continente y parece que fue utilizada por los aliados griegos como base durante la guerra de Troya. Su actividad es básicamente la restauración. El trajín de ferris no para en todo el día y las calles y terrazas rebosaban de gente hambrienta, todavía en plenas fiestas de fin del ramadán. Fortaleza con festival de cine programado y molinos de viento modernizados. Aquí probé una masa frita, como los churros pero en forma y tamaño aproximado a un huevo de paloma, que sirven con chocolate por encima. Yo los pedí sin chocolate. La ”churrera” hablaba algo de italiano del año que vivió en Roma y conocía los churros españoles.
Nuestras cervezas turcas favoritas

Salimos muy temprano del puerto porque las previsiones daban viento de cara a media mañana, saliendo con la primera luz podríamos llegar  a Çanakale sin tener que enfrentarlo. Antes de la llegada al estrecho ya se empezó  a notar la corriente. Según el derrotero había tres nudos por el lado oeste y dos por el este de corriente contraria. Al poco de salir vimos  a otro velero detrás, con nuestro rumbo, que nos iba ganando terreno hasta que nos adelantó a un cuarto de milla por babor y entró en el estrecho unas dos millas delante, pero por la parte oeste. El tráfico de mercantes circulaba entre el otro velero y nosotros. Poco a poco fuimos recuperando el terreno perdido hasta llegar a su altura, pero luego entramos en zona de fuerte corriente contraria (unos 3 nudos) y se fue hasta perderlo de vista.

Track tercero

Çanakale, ciudad mayor de lo esperado. Con una fuerte personalidad marcada por su condición de encrucijada de mares y caminos, trasiego constante de ferris que cruzan Dardanelos en la actualidad, y los hechos históricos que acaecieron en sus alrededores a causa de esa condición (guerra de Troya y batalla o campaña de Gallipoli de la primera guerra mundial).
Monumento en la peninsula de Gallipoli frente a Çanakale

Piri Reis, el almirante y geógrafo del siglo XVI, era originario de esta comarca; y parece que fue aquí donde dibujó su conocido mapa. Un museo algo ajado y otras referencias lo recuerdan.
En el paseo cerca del puerto está colocado el caballo que se utilizó en la película “Troya” (la de Brad Pitt) y las agencias de viajes ofrecen varios “packs” para visitar las ruinas de la ciudad donde murieron Héctor y Aquiles (y muchos más, claro)
No muy lejos del caballo, en el mismo paseo se puede visitar un pequeño memorial con fotos de la batalla de Gallipoli; y, algo más allá, un museo militar con una buena muestra de armamento que incluye una cañonera o dragaminas de la época.
A partir de aquí me quedo solo hasta Estambul, eso supone distribuir el recorrido  en etapas manejables en solitario.
La primera hasta Kemer, pequeño pueblo al lado del que han construido una central térmica de carbón. La empresa  concesionaria, supongo que por las molestias que pueda generar, está contribuyendo a la revitalización del pueblo con aportaciones a la excavación de un asentamiento romano de los alrededores. También están poniendo agua corriente en las casas y puede que luego pavimenten las calles, ahora de tierra.
El puerto lleno de pesqueros, un par son arrastreros de buen tamaño.
Abarloado al pesquero
 En uno de ellos, abarloado al otro, unos hombres trabajan en las redes y observan mi llegada. Cuando comprenden mis dudas acerca de qué hacer, me indican que me abarloe a ellos, y uno me recoge las amarras. Luego me invitan a la naranjada (“tesequiur ederem”) local que iban a tomar ellos en su comida.
Recorriendo el pueblo descubro, incrustados en los muros de alguna casa o como pavimento para salir al patio, indicios (unas losas de mármol, un capitel…) de un asentamiento clásico (todavía no sabía lo de la excavación cercana). La chica del súper me hace un gesto con hombros y boca de “Esto es lo que hay, lo tomas o lo dejas” cuando le inquiero, con el mismo lenguaje, y la última cebolla del cesto algo tarada en la mano, que si no tiene más. En este y otros supermercados de esta zona el pan lo tienen fuera, en una vitrina de cristal sin cerradura, incluso por la noche; es como si quisieran facilitar que alguien que tenga necesidad lo pueda coger sin pagar. Tendré que investigar eso.
Seis o siete horas hasta Mármara; algunas de ellas a vela.
Efectos del Meltemi
 En la vegetación de la costa se aprecian los efectos del meltemi: es como  si la hubieran peinado  con gomina de norte a sur.
En el puerto conviven pesqueros y barcos deportivos. Coincido con otros dos veleros conocidos de Çanakale: uno español y otro alemán; ambos, como yo, camino de Estambul.,
Las esculturas inacabadas expuestas en el paseo, las calles recién levantadas para meter el alcantarillado, la mezquita de la parte alta de la que no encontré la puerta de entrada, los camiones cargados con piezas de mármol bruto, la barandilla central en las escaleras de las calles que suben. Su fisonomía y la tranquilidad del agua hacen del pueblo un aspirante a convertirse en un Skiatos cualquiera (cuando esté todo terminado, remozado y limpio, incluyendo las playas);personalmente prefiero que eso nunca ocurra. (lo de la conversión: no lo de la limpieza)
Kapidag Yarimadasi, costa norte abrupta, donde los pueblitos se hacen hueco ladera abajo o en alguna de su multitud de calas con playas de lo que parece arena clara.
Kayagzi, uno de esos pueblos de dos docenas de casas, mezquita, puerto y un par de terrazas donde tomar un chai, me sirve para pasar la noche. No era el destino de mi etapa, pero me asomé a curiosear y me quedé. Sándwich mixto caliente (de algo y queso), fanta y yogur, 7 liras. Digamos un euro diez. El amarre y los cangrejos que me dieron unos que limpiaban el puerto, gratis. Con el dingui fui a darme un baño a una de esas playas  de arena clara que había visto al pasar. La arena rubia…, pero mucho desperdicio; agua transparente,…pero con un ligero tinte verde limón que no infunde confianza.
Playa en el mar de Mármara

Cuando establezco mi siguiente destino en el plotter para que calcule automáticamente la ruta, observo que traza un curva sin venir a cuento; al hacer zoom descubro que la isla de Imrali está rodeada de un perímetro de 3 o 4 millas alrededor de su contorno, marcado como prohibido o peligroso. El derrotero lo explica: es una isla prisión, y no está permitido acercarse.
Amanece con tiempo tormentoso. Las previsiones anuncian hasta 18 nudos del noreste; con mi rumbo lo podré ceñir. Al salir abrí medio génova; luego lo fui aumentando y a las 3 horas lo tenía todo arriba y sin motor. Esquivé la isla con su perímetro y una tormenta negra que tenía delante.
De repente vi Estambul a lo lejos, lo constaté con el compás de marcar. Era Estambul.
Perfil de un barrio de Estambul desde lejos

Esenköy, pueblo con algo más de enjundia,… y cerveza (en los otros ni por asomo). Cuando compras algo con alcohol te ponen la botella en una bolsita negra para que no se vea lo que contiene; pero esas bolsas solo las usan en estos casos, con lo cual vas dando el cante más que si lo llevaras en una bolsa cualquiera.
30 liras la noche con agua y luz (4,50 euros).
Salgo hacia las islas princesas. Están a unas 7 millas de Estambul. Ahí pasaré la noche para entrar al día siguiente. Mi cabeza no deja de hacer “collages” con imágenes sacadas de qué sé yo dónde para componer una postal de la ciudad; postal que no se parece en nada al perfil que contemplé ayer, tamizado por la lejanía y la capa de polución, de los rascacielos de una gran ciudad moderna. Estiro el cuello para olfatear el aire por si percibo el olor a canela, pimienta, incienso o alfombras nuevas del bazar, pero no. De repente me invade la sospecha de que pueda ser como ver una película después de haber leído el libro.
Fondeo en una bonita cala rodeada de verde vegetación… pero también agua verde con partículas y medusas en suspensión. Además saturada de yates , motoras y barcas de familias de la ciudad que han venido a disfrutar del día y de sus viandas y bebidas… cuyos envoltorios van a parar al agua con demasiada frecuencia. La noche queda tranquila cuando todos, menos otros dos veleros y yo, regresan a casa.
De mañana recojo cadena y zarpo. Tengo que rodear dos de las islas para aproar mi destino que va apareciendo con el último giro esa mañana tormentosa a ratos, con algo de llovizna y nubes bajas. Poco a poco, como suceden las aproximaciones en navegación, se iba perfilando la ciudad: la torre de comunicaciones en lo alto, los rascacielos, los barrios de bloques de viviendas, los pilares del primer puente; luego la parte antigua : los minaretes y cúpulas de las mezquitas y Agia Sofia, dos torres (que luego supe: Gálata y  Beyazit) y más cerca barrios de casas casi amontonadas  rodeando algún palacio.
Detalle de la llegadda a Estambul

Compruebo que tengo espacio libre y tiempo suficiente y me pongo en pie para declamar (la tenía previamente descargada) de principio a fin, La Canción del Pirata; esta vez con propiedad, al menos geográfica.
Os refresco unas estrofas:
Con diez cañones por banda,
Viento en popa, a toda vela,
No corta el mar, si no vuela
Un velero bergantín.
…..
La luna en el mar riela,
En la lona gime el viento
Y alza en blando movimiento
Olas de plata y azul.
Y va el capitán pirata
Cantando alegre en le popa.
Asia a un lado al otro Europa
Y, allá a su frente, Estambul.
Que es mi barco mi tesoro.
Que es mi dios la libertad.
Mi fe la fuerza del viento,
Mi única patria la mar.
Después de recitar la canción del pirata cerca de Estambul

La personalidad de Estambul, ciudad estandarizada, homogeneizada y convenientemente pasteurizada, emerge de los efectos de la globalización en sus barrios menos pateados de turismo y a partir de tres o  cuatro metros de altura en sus calles y lugares emblemáticos.
El descalzarse para entrar a las mezquitas, donde grupitos de devotos de toda condición acuden al rezo, llamados por el canto más o menos entonado que difunde la megafonía; el sinvivir de los transbordadores; los dependientes tomando un te a la puerta del negocio; las jovencitas que se atusan el pañuelo y hacen gestos descarados mirándose en su móvil; los carritos de los que venden rosquillas con sésamo o mazorcas a de maíz asadas; la visita a otra mezquita donde hay alguien que habla tu idioma y te regala un ejemplar del Corán; los caros baños turcos; la ración de crema de lentejas y porción de pan que regalaban, esa mañana al lado de los embarcaderos, a todo el que hiciera cola ante el furgón; los estudiantes de astronomía de los que fui invitado en la visita al campus donde está la torre Beyazit; la cantosa iluminación roja del puente; las furgo-taxi que cuestan 2,50 TL; la mujer que hurga en una bolsa de basura rota en el suelo para darle algo de comer a su hijo; el gesto de negación turco, que consiste en estirar el cuello como para tragar algo intragable entornando los párpados;….
No, no había leído el libro antes de ver la película, probablemente esté por escribir.
En la marina tienen la bomba de vaciado de aguas negras averiada. Le digo al chico que no me importa, que solo quiero que me “selle” la “bulú” card. Que no, me dice; como insisto lo consulta con el jefe. Sigue siendo no, pero intenta consolarme apuntándome los números de teléfono de otras marinas que también tienen.
Paso del Bósforo: la primera de las 4 horas, hasta aproximadamente el primer puente, muy intensa, con algunas maniobras y mucha atención; cruzamos al lado europeo, siguiendo los consejos del derrotero, para hacer casi toda la ruta; por este lado hay menos corriente contraria. En todo el recorrido la velocidad osciló entre 2,5 y 6,5 nudos, considerando un régimen de motor constante de casi 2000 vueltas que en condiciones normales hubiera supuesto unos 5,5 nudos de velocidad. El estrecho está dividido en cuatro zonas, digamos, de control. En cada una de ellas es obligatorio ir a la escucha de un canal de radio. De sur a norte: Hasta primer puente, canal 14; desde ahí hasta el segundo, canal 13; hasta algo antes del tercero, canal 12; en adelante canal 11.
Barriadas, primer puente, pueblecitos, palacios, segundo puente y villas desfilaban a ambos lados. Tercer puente.
Destino: Poyraz. Pueblo hosco; nos echaron de dos lugares después de estar amarrados. Incluso en el fondeo los dos únicos vecinos se quejaron. La playa está vallada y para llegar a tierra con el dingui hay que atravesar la “concesión” de algún restaurante. En la costa apenas hay media docena de restaurantes, un quiosco, un parque y el puerto.
Sile, a 4 o 5 horas al este. Mar Negro, Negro. Gran marina a medio construir (sin coste); muchísimo espacio para abarloarse. En un enclave peculiar, alrededor de peñascos, alguno de suficiente tamaño como para soportar un torreón.
Puerto de Sile desde  un café de la ciudad

El pueblo está cincuenta metros más arriba, casi en vertical, asomado a la tarde; de eso se aprovechan los bares y restaurantes que abren sus terrazas a la vista panorámica del mar, de  esos peñascos y del atardecer.

Arquitectura local

Fuente bajo el nivel de la calle

Unos 30.000 habitantes, muchos para pueblo, pocos para ciudad. Todavía se adivina, en algunas casas más antiguas, su arquitectura local: fachada recubierta de madera con balconada voladiza. Varias fuentes árabes que se van quedando más bajas que el nivel de la calle al lado de las mezquitas que se disputan el espacio sonoro a la hora de la llamada al rezo.
Gran mercado callejero el viernes, y todo tipo de comercios agrupados más o menos por gremios, como hemos visto por todo el país.
Track cuarto

Para aprovechar los previstos vientos favorables salimos a mediodía, con 130 millas de travesía hacia Amasra, que sería nuestro punto más alejado en todo el viaje. Ahí empezaría el retorno.
Mucho tiempo sin hacer guardias, pero  bien. Y luego la tormenta. Muy visual. El mar como de seda, ondulado, pero seda y ese diluvio levantando infinitos círculos brillantes de gotitas de agua. Por supuesto calados hasta los huesos.
Amasra fundada por Amastris, una nieta del persa rey Darío y cuñada de Alejandro Magno (en realidad el asentamiento griego ya existía con el nombre de Sesamos). Incluso aquí transcurre un episodio de Jasón y los argonautas en su búsqueda del vellocino de oro. Actualmente ocupa el islote y la península unidos por un puente, y además se extiende tranquilamente por los alrededores. Quedan muchos vestigios por excavar en torno a las murallas, rehechas varias veces a lo largo del tiempo, por griegos, romanos, otomanos… En lo alto de una de las torres han colocado una silueta luminosa de la cara de  Ataturk; justo debajo, por el interior de la muralla hay unas aberturas medio derruidas que dan a una sala con una columna en medio y la otra a una cueva que desciende vertiginosamente, como si fuera una comunicación secreta con la parte baja de la ciudad, o una vía de escape en caso de peligro.
Bordadora en Amasra

Luces que dejan caer en la tarde de Amasra

Para salir o llegar al barco hay que ir saltando entre los pantalanes flotantes del puerto, algo desperdigados por algún temporal.
Desde las terrazas  de los cafés del oeste se disfrutan los bonitos atardeceres.
El día previsto para la salida, a la 1, estábamos de acuerdo con el jefe del puerto, para vaciar el tanque de aguas negras. Esperamos hasta las dos y media y, como no acudía nadie, tuvimos que zarpar para que no se nos echara el tiempo encima.


Puertas en las murallas de Amasra


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