martes, 3 de septiembre de 2019

De Algeciras a Estambul. Parte 3 de 3

Travesía desagradable,  de seis a ocho nudos de  viento de popa, olas de metro y medio de través; con esos ingredientes la navegación era un tormento: las velas sin saber a qué banda colocarse, no se podían sujetar ni usando retenida y tangón, el barco dando bandazos brutales de un lado a otro; un gran alivio cuando llegamos a Sile; y sorpresa, porque encontramos una docena larga de veleros amarrados en el puerto (cuatro días antes estaba vacío); era una flotilla cuyos componentes, de variopintas nacionalidades, habían organizado una especie de fuego de campamento en el pantalán con guitarras y fanta naranja. (solo faltaba el monitor de los Scouts)
Aquí nos tomamos un día de descanso; siguiendo la costumbre que habíamos ido adquiriendo con el tiempo, compramos unas cervezas y buscamos un lugar para tomarlas, donde no hiriéramos la sensibilidad musulmana de los lugareños. En lo alto del espigón , el sitio perfecto, justo al atardecer. El mar negro nos regaló una breve y espectacular despedida: su rayo verde.
Primera parte de regreso
Al día siguiente  también nos dejó buen sabor de boca el estado de la mar con rumbo a Istinye, ya en el Bósforo. Lo de este pueblo no es una marina, nos explicó el marinero, es un puerto de gestión municipal. 215 liras sin agua ni luz ni duchas ni baños. Tampoco funcionaba la bomba extractora.  Desde aquí tomé el ferry para despedirme de Estambul y comprar alguna baratija en el gran bazar.
Yo quería conocer algún pueblo de la zona europea del mar de Mármara y, por distancias y tiempos elegimos Hoşkőy . De paso conseguimos descargar el tanque de aguas negras en la marina de Atakoy, con fuerte viento que golpeaba el casco contra el muelle. Aquí nos registraron en la blue card la fecha y los litros descargados.
Abarloado en Hoşkőy

En Hoşkőy estuvimos abarloados al tercer pesquero de la fila. Es un lugar de población autóctona, sin contaminar por el turismo ni por gente de paso. Mucha agricultura: olivares, guindos, higueras (con brevas como puños), albaricoques, viñas… algunos valles con chopos, paisaje muy verde y fresco.
Mezquita de Hoşkőy

Gokceada, ya fuera del mar de Mármara, nuestro siguiente destino, a una distancia incompatible con atravesar Dardanelos de día. Esto nos obligó a dividir el tramo en dos etapas, la primera hasta Lapseky. Primeros soplos de meltemi. Con solo génova avanzamos a buena velocidad. El pueblo está muy cerca del futuro puente sobre Dardanelos, todavía en primeras fases de construcción, con un vano que ostentará el record mundial de longitud. Abandonamos el puerto después de haber amarrado de mala manera, porque no nos gustó el resultado y no encontramos forma de solucionarlo. Nos decidimos por Çanakale.
Aquí amarramos en el mismo lugar que la vez anterior.  Este era nuestro último puerto con posibilidad de gestionar la salida de Turquía y, para resarcir mi orgullo herido con el papeleo de entrada, decidí intentar hacer éste personalmente o, al menos, sentirme capaz de hacerlo. Localicé las oficinas de aduanas, las del harbour master y las de la policía (que están en el mismo puerto). En cada una pregunté que cómo era su parte en el proceso y lo que tardarían. Con estos datos, y teniendo en cuenta la distancia entre los sitios, calculé unos tres cuartos de hora. Así que me lancé a ello. Cuando la policía nos estampó el sello de salida en el pasaporte, ya estábamos fuera del país y no podíamos ni salir de la marina, en teoría al menos. Mientras rellenaba los documentos de salida en las aduanas, me preguntó el oficial que cual era nuestro siguiente destino, le dije que Gökçeada, pero en el formulario escribió “Limnos”. “No cuentes a nadie que vais a Gökçeada, porque todavía es Turquía, y después de todo este proceso tenéis que salir del país”, me dijo.
El fuerte viento que soplaba durante la mal planificada maniobra de salida, nos empujó contra el barco de estribor y su línea de muerto, con la mala fortuna de quedarnos enganchados en ella con la pala del timón. La intervención del marinero, que tenía un equipo de buceo nos liberó de la trampa, aunque el juego del timón quedó endurecido por causas aún por determinar.
Al llegar a la isla curioseamos el puerto de Kuzu Limani, y, como nos pareció algo desangelado y remoto, y nos quedaba luz del día, llegamos a Kalikoy. Lo primero que sorprendía era la iglesia, en lugar de mezquita, del puerto (aunque la llamada al rezo se escuchó a su hora desde algún lugar que no identifiqué). Las mesas y sillas de los restaurantes de la orilla estaban pintados de colores griegos, azul y blanco. La isla, nos contaba el conductor que nos paró cuando hacíamos autoestop, había sido prisión desde los años 60 hasta el 2000, momento en el que habían empezado a volver griegos que la
habían abandonado durante ese período. Aquí gastamos nuestras últimas liras.
En Gökçeada

Durante todo el día siguiente pudimos cazar el meltemi en ciernes  hasta Limnos, isla pelada, pero con grandes playas y muchos fondeos protegidos. Sorteamos la luces del canal de Moudros al anochecer.
Marisma de Moudros

Cuando regresamos al barco después de cenar algo, nos encontramos una nota de los guardamarinas griegos avisando de que pasásemos al día siguiente a partir de las 8 por su oficina. Y, oh sorpresa, el documento Dekpa que en teoría, es válido para 5 años, estaba caducado porque hay que sellarlo cada año,(50 euros hacer otro) además tuvimos que pagar el nuevo impuesto, “tepai”, con visos de ilegal que empezó a tener efecto en mayo (25 euros más)
Pueblo con un par de supermercados, algunos restaurantes y cafés, y un puerto con capacidad para unos 50 barcos, a parte de los locales, con luz y agua en algunos postes (todo sin coste).
Luego fuimos a Mirinia, capital de la isla. Gran recinto portuario en el que no encontramos sitio para amarrar (unos 15 barcos de capacidad) pero si para fondear. Importante núcleo urbano con comercios de todo tipo, muchos con el punto de mira en el turismo, y otros no tanto. Calle comercial techada de vegetación que cruza el istmo de la península ocupada por la fortaleza, agradable paseo.
Calle comercial de Mirinia

Salimos temprano hacia Khalkidhki, a Sithonia, la península central. A unas 25 millas de nuestro destino observamos a un grupito de peces espada dando saltos en el aire. Rápidamente pusimos rumbo al lugar para arrastrar por allí el señuelo de nuestro curricán. Ilusos.

 Queríamos llegar con luz a la ensenada de Koufós. Puerto natural, amplio, protegido de todos los vientos por estar rodeado de montes y unido al mar por una estrecha entrada. Pero el núcleo urbano apenas tiene media docena de restaurantes y alguna casa; nada de supermercados. Como no era lo que esperábamos, y todavía tendríamos luz, zarpamos hacia Neos Mármaris, pueblo de suficiente dimensión como para abastecerse de todo.
Aquí sí que encontramos amarre, incluso con electricidad a pesar de los pantalanes algo destartalados.
Los pescadores que limpiaban la red sacudiendo minuciosamente los pescados pequeños que se habían enredado. El que estuvo un buen rato estrellando violentamente un pulpo contra el suelo del muelle para ablandarlo (al pulpo, no al muelle).
Ablandando al pulpo
Al día siguiente volvimos a Koufós, para estar más cerca en nuestro siguiente salto hacia el monte Athos; esta vez amarramos en un muelle de pescadores. Por la tarde largo paseo y baño en su limpia playa de arena gorda.
A buena hora salimos a navegar el verde contorno de Sithonia hasta los fondeos que hay detrás de la isla de Diáporos, un paraíso, en pocas palabras.
Protegidos por Diáporos
Usamos la entrada sur, practicable con cautela y unas buenas cartas, y tiramos el ancla en una preciosa cala muy tranquila. Nos sorprendió que hubiera construcciones tan cerca del agua; algunas casas incluso con su propio pantalán. Hasta este momento teníamos la intención de visitar los monasterios del monte Athos en coche, por eso decidimos llegarnos temprano al puerto más cercano con posibilidad de alquilar un coche: a Ormos Panagías. Al salir de la protección de Diáporos por el acceso norte quisimos llegar a una cala que entra mucho en tierra en la cara norte. Ahí cometí la imprudencia de confiar más en mi vista que en las cartas y la orza del barco chocó contra un banco de arena, por suerte, como pude comprobar después, sin consecuencias.
Panagías es un pequeño núcleo urbano que tiene como actividad peculiar la organización de excursiones para el “avistamiento” de los monasterios. Lo entrecomillo porque las visitas por tierra tienen su complicación burocrática (a realizar en Tesalónica) ya que este monte y su serranía, que ocupa casi toda la península, es un territorio con un grado de autonomía tal, que les permite determinar el sexo y número de sus visitantes (alrededor de 100 varones al día, con prioridad para los ortodoxos). Así que nuestro gozo en un pozo, por la demora con el papeleo. Como teníamos el ánimo de monasterios, se nos cruzó la idea de, ya que no Athos, ir en coche a Meteora. “A unos 500 kilómetros” nos dijo la secretaria de la agencia de viajes al preguntar por la distancia, “ lo mejor es hacer noche para una buena visita” añadió. Desechamos la posibilidad y decidimos lo del avistamiento desde nuestro propio barco para primera hora del día siguiente.
Para pasar la noche habíamos amarrado en el muelle al lado del pueblo, pero un pescador de pulpos “profesional”, según sus propias palabras, nos advirtió de que a las 5 llegaban los barcos de las excursiones, y que tendríamos que dejarles el sitio. Vale, habrá tiempo para una siesta. Unos pescadores nos dieron de su electricidad que usamos para cocinar y enfriar unas cervezas. Casi media hora antes de lo previsto apareció el primero de los  tres galeones, disfrazado de época incluyendo unos cañones de cartón en las bandas. Un hombre, que parecía tener alguna responsabilidad en la buena marcha de ese negocio, nos vociferaba en griego, llegando incluso a intentar soltarnos las amarras. Tuvimos el tiempo justo de mudarnos delante del pesquero de los que nos habían dado la luz y que más tarde nos regalaron un par de kilos de pescado entre sardinas y boquerones. Al anochecer salieron a faenar.
Por la mañana tuve tiempo de interesarme por la pesca de nuestros vecinos que ya habían vuelto. “Nothing today", me dijeron.
A las 6 y cuarto, hora local, y con buen tiempo previsto zarpamos para la visita ocular al monte Athos.
Tracks por Khalkidhki
Los monasterios , aunque todos ortodoxos, pertenecen a diferentes órdenes religiosas  de diferentes nacionalidades. De ahí, y del amplio margen de la fundación o reforma de cada uno (entre los siglos X y XIX) su arquitectura variopinta. Una gozada de travesía y una sorpresa tras otra, porque de todo esto que cuento solo teníamos una somera idea.


Algunos monasterios
Enfrente del monasterio de Dionysios nos quedamos flotando plácidamente, motor parado y velas recogidas, para preparar el pescado que nos regalaron el día anterior (estaba previamente limpio) Después de un breve baño en esas aguas intensamente azules, nos comimos la fritura. Riquísimas las sardinas y los boquerones.
Fritura frente e Athos
Mientras tanto el barco se había acercado hasta menos de 200 metros de la orilla, (lo he medido después gracias al track grabado por el plotter) y, como no está permitido acercarse a menos de 500, recibimos la visita de una gomona con apariencia oficial, desde la que un guardia (o algo así), nos hizo gestos con la mano de que nos alejásemos.
Todavía con luz llegamos por tercera vez a Koufos y, de ahí, al día siguiente a Nea Marmaris a comprar una botella de butano. Justo después de hacer un arroz (lo fuimos comiendo de camino) salimos hacia el canal de Kassandra, con la idea de cruzar al otro lado para pernoctar. Pero a unas 4 millas del destino decidimos posponer el cruce, porque al otro lado de la península daban de 18 a 20 nudos de viento esa noche y pensamos que los amarres estarían ocupados por barcos huyendo de los fondeos. 90 grados a babor hacia Nea Fokea.
Puertecito con un solo muelle al que protege un espigón por su cara este. Nos abarloamos en el otro lado, porque no había sitio.
Elegimos uno entre la media docena corta de restaurantes, donde tomar un pulpo. Exquisito, por cierto. Terminada la cena, cuando apurábamos nuestras copas, se fue la luz. Todo el pueblo a oscuras. Desde nuestra terraza teníamos vista del horizonte sobre tierra continental y, a lo lejos y en la oscuridad se veía el resplandor de los rayos de una tormenta. Si estuviera más cerca intentaría hacer alguna foto de un rayo, pensé. Enseguida volvió la luz... pero solo de nuestro restaurante; habían puesto en marcha su generador. Dos minutos después cayeron unas gotas, y los camareros se apresuraron en bajar las persianas transparentes de la terraza; pero antes de que llegaran abajo, ya diluviaba. El viento hacía que el agua se colase por el menor resquicio, y tuvimos que cruzar, bajo el intenso chubasco, los 10 metros que nos separaban del edificio principal para guarecernos de ese vendaval que seguía "in crescendo". Allí estábamos los pocos  clientes y servicio, moviéndonos entre los ventanales y el fondo del local, según nos pudiese la curiosidad por lo que pasaba fuera o el temor a que pudiera estallar algún cristal por el viento o el impacto de los granizos como guindas que caían por oleadas. Al rato un estruendo, el viento había arrancado la estructura de la terraza , que quedó apoyada, patas arriba sobre el tejado de donde nos encontrábamos. Yo pensaba en el barco. No era posible que pudiera aguantar eso. Lo imaginaba en el fondo, partido en dos. Cuando dejó de llover, que no de soplar el viento ni disminuir el oleaje levantado, salimos al puerto. En la penumbra vi un palo que se movía. "Como un perrito mueve el rabo cuando viene su dueño", pensé. Lo habíamos dejado proa al norte; ahora miraba al sur. Había roto las amarras de proa (la gorda negra y la azul con el muelle) y pivotado sobre las de popa. Un pescador, que lo había visto, tomó amarras de nuevo en la nueva posición de la proa y estaba terminando de cambiar las defensas de banda.  Al día siguiente no tuve ocasión de agradecerle adecuadamente su reacción porque había salido a pescar. Durante la mañana todos evaluábamos nuestros daños con el semblante sombrío. El Pixel tenía serios raspones en ambos costados, el balcón de proa y el de babor de popa torcidos, el bimini hecho jirones....
Cubierta de la terraza donde habíamos cenado ,después de la tormenta
Los techados de las terrazas no estaban en pie; uno de ellos voló más de 50 metros por encima de un pinar. Tejados, árboles, señales, sillas y sombrillas amontonadas en los rincones resguardados. El pueblo sin suministro eléctrico (cuando nos fuimos 36 horas más tarde, seguían sin él). Supimos que por la zona hubo varios muertos a causa de la tormenta.
Todo ocurrió tal como lo cuento, no es literatura; el párrafo siguiente puede que sí.

Esa noche, en cierto modo volvimos a nacer los tres: el Pixel, Jose Manuel y yo mismo.

Durante el día recompusimos todo lo que pudimos, incluyendo un toldo improvisado y, la siguiente mañana, cruzamos bajo el puente del canal de Kassandra; con el alma en vilo, porque, a pesar de que todo apuntaba a que sí, llegado el momento parecía que el palo no cabría por debajo. La mínima lectura de sonda 3,5 metros.
Canal de Kassandra con su puente
Nos dirigimos a Agiokampos en la costa este continental, algo al norte de la península del Pilion, unas 50 millas de mar abierto. Por el camino encontramos vestigios flotantes de la tormenta de dos días antes; uno de ellos un patín a pedales, nuevecito, de los que alquilan por horas en las playas familiares. Nos pareció un peligro para la navegación, sobre todo por la noche; así que amarramos un cabo y lo llevamos remolcando con la intención de dejarlo en puerto o varado en alguna playa. Por alguna razón iba entrando agua, y cada vez navegaba más hundido y escorado. A menos de una milla del puerto (después de haberlo remolcado 20) hundió la proa, ofreciendo tanta resistencia que el cabo se rompió y quedó, como se dice, con la quilla al sol. Irremolcable por nosotros en esas condiciones.
Cuando terminamos las maniobras de amarre y tomábamos una cerveza en el único quiosco del puerto, vimos como un pesquero traía arrastras el patín para regocijo de los presentes. Los más jóvenes, que se apresuraron a sacar el agua por unos tapones a propósito, lo disfrutaron de lo lindo un buen rato.
Agiokampos tiene un solo hotel, una playa de 10 kilómetros de arena fina y una larga fila de casas de vacaciones.
Última parte
De este pueblo navegamos a Pefki que ya conocíamos y de ahí a Oreoi, donde llegamos pasadas las 10 de la mañana. En ese momento se estaba produciendo un gran alboroto de barcos, porque se aproximaba una tormenta y algunos se mudaban al otro lado del muelle. Justo cuando terminamos de amarrar comenzó el diluvio. Yo me puse el bañador y salí a dejarme mojar por la lluvia torrencial. Otro vecino de pantalán hizo lo mismo. Luego pensé que era una forma de decirle a la tormenta : "Aquí estoy a pecho descubierto y no te tengo miedo, al contrario, estoy disfrutando de tí"
Dimitris me dijo que quizá mañana, que tenía otro barco delante y que veríamos el tiempo si dejaba.
Pasadas las 10 vino a avisarme de que fuera hacia el varadero, a no más de media milla.
Carro de varada
El carro de varada nos esperaba a 20 o 30 metros  de la orilla dentro del agua, enganchado a un tractor con una pértiga prolongadora. La maniobra consiste en acercarse lentamente en linea recta hasta que te pueden amarrar la proa. Un buzo, el propio Dimitris en este caso, afina la posición del casco entre los soportes y el tractor tira lentamente del conjunto hasta que el barco queda apoyado en la cuna. El equilibrio del soporte se consigue con unos tornillos que pueden variar la altura de cada apoyo. Luego se arrastra todo hasta su lugar (quitando la prolongación) y el barco queda sujeto con dos soportes como si lo hubiera sacado un travelift. El sistema es ingenioso, sencillo y parece seguro.
Gastamos el resto del día en dejarlo todo "a son de tierra" para salir la siguiente mañana temprano hacia el aeropuerto de Atenas.
Vista desde el varadero la mañana de nuestra vuelta
Ya en casa repaso mentalmente los números del viaje: 3 meses, 3 miles de millas, 3 continentes, 5 mares, 5 banderas... Y lo que no son números: creo que he aprendido algo más a tolerar, a saber agradecer, a ayudar modestamente, a reconocer errores ... por ello he vuelto con mis dos pieles (la que me arropa el cuerpo y la que me arropa el ánimo) más morenas, más curtidas y mis dos corazones más fuertes y, quizá, un poco más limpios.


  

2 comentarios:

  1. Me gusta mucho como esta todo descrito, sin tener ni idea casi aprendes a navegar, tengo que leerlo más despacio con el ordenador al lado, para ir mirando todos esos pué los

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    1. Gracias.
      Seguir la ruta en un Google Earth es una buena idea. Yo lo suelo hacer.

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