martes, 3 de septiembre de 2019

De Algeciras a Estambul. Parte 3 de 3

Travesía desagradable,  de seis a ocho nudos de  viento de popa, olas de metro y medio de través; con esos ingredientes la navegación era un tormento: las velas sin saber a qué banda colocarse, no se podían sujetar ni usando retenida y tangón, el barco dando bandazos brutales de un lado a otro; un gran alivio cuando llegamos a Sile; y sorpresa, porque encontramos una docena larga de veleros amarrados en el puerto (cuatro días antes estaba vacío); era una flotilla cuyos componentes, de variopintas nacionalidades, habían organizado una especie de fuego de campamento en el pantalán con guitarras y fanta naranja. (solo faltaba el monitor de los Scouts)
Aquí nos tomamos un día de descanso; siguiendo la costumbre que habíamos ido adquiriendo con el tiempo, compramos unas cervezas y buscamos un lugar para tomarlas, donde no hiriéramos la sensibilidad musulmana de los lugareños. En lo alto del espigón , el sitio perfecto, justo al atardecer. El mar negro nos regaló una breve y espectacular despedida: su rayo verde.
Primera parte de regreso
Al día siguiente  también nos dejó buen sabor de boca el estado de la mar con rumbo a Istinye, ya en el Bósforo. Lo de este pueblo no es una marina, nos explicó el marinero, es un puerto de gestión municipal. 215 liras sin agua ni luz ni duchas ni baños. Tampoco funcionaba la bomba extractora.  Desde aquí tomé el ferry para despedirme de Estambul y comprar alguna baratija en el gran bazar.
Yo quería conocer algún pueblo de la zona europea del mar de Mármara y, por distancias y tiempos elegimos Hoşkőy . De paso conseguimos descargar el tanque de aguas negras en la marina de Atakoy, con fuerte viento que golpeaba el casco contra el muelle. Aquí nos registraron en la blue card la fecha y los litros descargados.
Abarloado en Hoşkőy

En Hoşkőy estuvimos abarloados al tercer pesquero de la fila. Es un lugar de población autóctona, sin contaminar por el turismo ni por gente de paso. Mucha agricultura: olivares, guindos, higueras (con brevas como puños), albaricoques, viñas… algunos valles con chopos, paisaje muy verde y fresco.
Mezquita de Hoşkőy

Gokceada, ya fuera del mar de Mármara, nuestro siguiente destino, a una distancia incompatible con atravesar Dardanelos de día. Esto nos obligó a dividir el tramo en dos etapas, la primera hasta Lapseky. Primeros soplos de meltemi. Con solo génova avanzamos a buena velocidad. El pueblo está muy cerca del futuro puente sobre Dardanelos, todavía en primeras fases de construcción, con un vano que ostentará el record mundial de longitud. Abandonamos el puerto después de haber amarrado de mala manera, porque no nos gustó el resultado y no encontramos forma de solucionarlo. Nos decidimos por Çanakale.
Aquí amarramos en el mismo lugar que la vez anterior.  Este era nuestro último puerto con posibilidad de gestionar la salida de Turquía y, para resarcir mi orgullo herido con el papeleo de entrada, decidí intentar hacer éste personalmente o, al menos, sentirme capaz de hacerlo. Localicé las oficinas de aduanas, las del harbour master y las de la policía (que están en el mismo puerto). En cada una pregunté que cómo era su parte en el proceso y lo que tardarían. Con estos datos, y teniendo en cuenta la distancia entre los sitios, calculé unos tres cuartos de hora. Así que me lancé a ello. Cuando la policía nos estampó el sello de salida en el pasaporte, ya estábamos fuera del país y no podíamos ni salir de la marina, en teoría al menos. Mientras rellenaba los documentos de salida en las aduanas, me preguntó el oficial que cual era nuestro siguiente destino, le dije que Gökçeada, pero en el formulario escribió “Limnos”. “No cuentes a nadie que vais a Gökçeada, porque todavía es Turquía, y después de todo este proceso tenéis que salir del país”, me dijo.
El fuerte viento que soplaba durante la mal planificada maniobra de salida, nos empujó contra el barco de estribor y su línea de muerto, con la mala fortuna de quedarnos enganchados en ella con la pala del timón. La intervención del marinero, que tenía un equipo de buceo nos liberó de la trampa, aunque el juego del timón quedó endurecido por causas aún por determinar.
Al llegar a la isla curioseamos el puerto de Kuzu Limani, y, como nos pareció algo desangelado y remoto, y nos quedaba luz del día, llegamos a Kalikoy. Lo primero que sorprendía era la iglesia, en lugar de mezquita, del puerto (aunque la llamada al rezo se escuchó a su hora desde algún lugar que no identifiqué). Las mesas y sillas de los restaurantes de la orilla estaban pintados de colores griegos, azul y blanco. La isla, nos contaba el conductor que nos paró cuando hacíamos autoestop, había sido prisión desde los años 60 hasta el 2000, momento en el que habían empezado a volver griegos que la
habían abandonado durante ese período. Aquí gastamos nuestras últimas liras.
En Gökçeada

Durante todo el día siguiente pudimos cazar el meltemi en ciernes  hasta Limnos, isla pelada, pero con grandes playas y muchos fondeos protegidos. Sorteamos la luces del canal de Moudros al anochecer.
Marisma de Moudros

Cuando regresamos al barco después de cenar algo, nos encontramos una nota de los guardamarinas griegos avisando de que pasásemos al día siguiente a partir de las 8 por su oficina. Y, oh sorpresa, el documento Dekpa que en teoría, es válido para 5 años, estaba caducado porque hay que sellarlo cada año,(50 euros hacer otro) además tuvimos que pagar el nuevo impuesto, “tepai”, con visos de ilegal que empezó a tener efecto en mayo (25 euros más)
Pueblo con un par de supermercados, algunos restaurantes y cafés, y un puerto con capacidad para unos 50 barcos, a parte de los locales, con luz y agua en algunos postes (todo sin coste).
Luego fuimos a Mirinia, capital de la isla. Gran recinto portuario en el que no encontramos sitio para amarrar (unos 15 barcos de capacidad) pero si para fondear. Importante núcleo urbano con comercios de todo tipo, muchos con el punto de mira en el turismo, y otros no tanto. Calle comercial techada de vegetación que cruza el istmo de la península ocupada por la fortaleza, agradable paseo.
Calle comercial de Mirinia

Salimos temprano hacia Khalkidhki, a Sithonia, la península central. A unas 25 millas de nuestro destino observamos a un grupito de peces espada dando saltos en el aire. Rápidamente pusimos rumbo al lugar para arrastrar por allí el señuelo de nuestro curricán. Ilusos.

 Queríamos llegar con luz a la ensenada de Koufós. Puerto natural, amplio, protegido de todos los vientos por estar rodeado de montes y unido al mar por una estrecha entrada. Pero el núcleo urbano apenas tiene media docena de restaurantes y alguna casa; nada de supermercados. Como no era lo que esperábamos, y todavía tendríamos luz, zarpamos hacia Neos Mármaris, pueblo de suficiente dimensión como para abastecerse de todo.
Aquí sí que encontramos amarre, incluso con electricidad a pesar de los pantalanes algo destartalados.
Los pescadores que limpiaban la red sacudiendo minuciosamente los pescados pequeños que se habían enredado. El que estuvo un buen rato estrellando violentamente un pulpo contra el suelo del muelle para ablandarlo (al pulpo, no al muelle).
Ablandando al pulpo
Al día siguiente volvimos a Koufós, para estar más cerca en nuestro siguiente salto hacia el monte Athos; esta vez amarramos en un muelle de pescadores. Por la tarde largo paseo y baño en su limpia playa de arena gorda.
A buena hora salimos a navegar el verde contorno de Sithonia hasta los fondeos que hay detrás de la isla de Diáporos, un paraíso, en pocas palabras.
Protegidos por Diáporos
Usamos la entrada sur, practicable con cautela y unas buenas cartas, y tiramos el ancla en una preciosa cala muy tranquila. Nos sorprendió que hubiera construcciones tan cerca del agua; algunas casas incluso con su propio pantalán. Hasta este momento teníamos la intención de visitar los monasterios del monte Athos en coche, por eso decidimos llegarnos temprano al puerto más cercano con posibilidad de alquilar un coche: a Ormos Panagías. Al salir de la protección de Diáporos por el acceso norte quisimos llegar a una cala que entra mucho en tierra en la cara norte. Ahí cometí la imprudencia de confiar más en mi vista que en las cartas y la orza del barco chocó contra un banco de arena, por suerte, como pude comprobar después, sin consecuencias.
Panagías es un pequeño núcleo urbano que tiene como actividad peculiar la organización de excursiones para el “avistamiento” de los monasterios. Lo entrecomillo porque las visitas por tierra tienen su complicación burocrática (a realizar en Tesalónica) ya que este monte y su serranía, que ocupa casi toda la península, es un territorio con un grado de autonomía tal, que les permite determinar el sexo y número de sus visitantes (alrededor de 100 varones al día, con prioridad para los ortodoxos). Así que nuestro gozo en un pozo, por la demora con el papeleo. Como teníamos el ánimo de monasterios, se nos cruzó la idea de, ya que no Athos, ir en coche a Meteora. “A unos 500 kilómetros” nos dijo la secretaria de la agencia de viajes al preguntar por la distancia, “ lo mejor es hacer noche para una buena visita” añadió. Desechamos la posibilidad y decidimos lo del avistamiento desde nuestro propio barco para primera hora del día siguiente.
Para pasar la noche habíamos amarrado en el muelle al lado del pueblo, pero un pescador de pulpos “profesional”, según sus propias palabras, nos advirtió de que a las 5 llegaban los barcos de las excursiones, y que tendríamos que dejarles el sitio. Vale, habrá tiempo para una siesta. Unos pescadores nos dieron de su electricidad que usamos para cocinar y enfriar unas cervezas. Casi media hora antes de lo previsto apareció el primero de los  tres galeones, disfrazado de época incluyendo unos cañones de cartón en las bandas. Un hombre, que parecía tener alguna responsabilidad en la buena marcha de ese negocio, nos vociferaba en griego, llegando incluso a intentar soltarnos las amarras. Tuvimos el tiempo justo de mudarnos delante del pesquero de los que nos habían dado la luz y que más tarde nos regalaron un par de kilos de pescado entre sardinas y boquerones. Al anochecer salieron a faenar.
Por la mañana tuve tiempo de interesarme por la pesca de nuestros vecinos que ya habían vuelto. “Nothing today", me dijeron.
A las 6 y cuarto, hora local, y con buen tiempo previsto zarpamos para la visita ocular al monte Athos.
Tracks por Khalkidhki
Los monasterios , aunque todos ortodoxos, pertenecen a diferentes órdenes religiosas  de diferentes nacionalidades. De ahí, y del amplio margen de la fundación o reforma de cada uno (entre los siglos X y XIX) su arquitectura variopinta. Una gozada de travesía y una sorpresa tras otra, porque de todo esto que cuento solo teníamos una somera idea.


Algunos monasterios
Enfrente del monasterio de Dionysios nos quedamos flotando plácidamente, motor parado y velas recogidas, para preparar el pescado que nos regalaron el día anterior (estaba previamente limpio) Después de un breve baño en esas aguas intensamente azules, nos comimos la fritura. Riquísimas las sardinas y los boquerones.
Fritura frente e Athos
Mientras tanto el barco se había acercado hasta menos de 200 metros de la orilla, (lo he medido después gracias al track grabado por el plotter) y, como no está permitido acercarse a menos de 500, recibimos la visita de una gomona con apariencia oficial, desde la que un guardia (o algo así), nos hizo gestos con la mano de que nos alejásemos.
Todavía con luz llegamos por tercera vez a Koufos y, de ahí, al día siguiente a Nea Marmaris a comprar una botella de butano. Justo después de hacer un arroz (lo fuimos comiendo de camino) salimos hacia el canal de Kassandra, con la idea de cruzar al otro lado para pernoctar. Pero a unas 4 millas del destino decidimos posponer el cruce, porque al otro lado de la península daban de 18 a 20 nudos de viento esa noche y pensamos que los amarres estarían ocupados por barcos huyendo de los fondeos. 90 grados a babor hacia Nea Fokea.
Puertecito con un solo muelle al que protege un espigón por su cara este. Nos abarloamos en el otro lado, porque no había sitio.
Elegimos uno entre la media docena corta de restaurantes, donde tomar un pulpo. Exquisito, por cierto. Terminada la cena, cuando apurábamos nuestras copas, se fue la luz. Todo el pueblo a oscuras. Desde nuestra terraza teníamos vista del horizonte sobre tierra continental y, a lo lejos y en la oscuridad se veía el resplandor de los rayos de una tormenta. Si estuviera más cerca intentaría hacer alguna foto de un rayo, pensé. Enseguida volvió la luz... pero solo de nuestro restaurante; habían puesto en marcha su generador. Dos minutos después cayeron unas gotas, y los camareros se apresuraron en bajar las persianas transparentes de la terraza; pero antes de que llegaran abajo, ya diluviaba. El viento hacía que el agua se colase por el menor resquicio, y tuvimos que cruzar, bajo el intenso chubasco, los 10 metros que nos separaban del edificio principal para guarecernos de ese vendaval que seguía "in crescendo". Allí estábamos los pocos  clientes y servicio, moviéndonos entre los ventanales y el fondo del local, según nos pudiese la curiosidad por lo que pasaba fuera o el temor a que pudiera estallar algún cristal por el viento o el impacto de los granizos como guindas que caían por oleadas. Al rato un estruendo, el viento había arrancado la estructura de la terraza , que quedó apoyada, patas arriba sobre el tejado de donde nos encontrábamos. Yo pensaba en el barco. No era posible que pudiera aguantar eso. Lo imaginaba en el fondo, partido en dos. Cuando dejó de llover, que no de soplar el viento ni disminuir el oleaje levantado, salimos al puerto. En la penumbra vi un palo que se movía. "Como un perrito mueve el rabo cuando viene su dueño", pensé. Lo habíamos dejado proa al norte; ahora miraba al sur. Había roto las amarras de proa (la gorda negra y la azul con el muelle) y pivotado sobre las de popa. Un pescador, que lo había visto, tomó amarras de nuevo en la nueva posición de la proa y estaba terminando de cambiar las defensas de banda.  Al día siguiente no tuve ocasión de agradecerle adecuadamente su reacción porque había salido a pescar. Durante la mañana todos evaluábamos nuestros daños con el semblante sombrío. El Pixel tenía serios raspones en ambos costados, el balcón de proa y el de babor de popa torcidos, el bimini hecho jirones....
Cubierta de la terraza donde habíamos cenado ,después de la tormenta
Los techados de las terrazas no estaban en pie; uno de ellos voló más de 50 metros por encima de un pinar. Tejados, árboles, señales, sillas y sombrillas amontonadas en los rincones resguardados. El pueblo sin suministro eléctrico (cuando nos fuimos 36 horas más tarde, seguían sin él). Supimos que por la zona hubo varios muertos a causa de la tormenta.
Todo ocurrió tal como lo cuento, no es literatura; el párrafo siguiente puede que sí.

Esa noche, en cierto modo volvimos a nacer los tres: el Pixel, Jose Manuel y yo mismo.

Durante el día recompusimos todo lo que pudimos, incluyendo un toldo improvisado y, la siguiente mañana, cruzamos bajo el puente del canal de Kassandra; con el alma en vilo, porque, a pesar de que todo apuntaba a que sí, llegado el momento parecía que el palo no cabría por debajo. La mínima lectura de sonda 3,5 metros.
Canal de Kassandra con su puente
Nos dirigimos a Agiokampos en la costa este continental, algo al norte de la península del Pilion, unas 50 millas de mar abierto. Por el camino encontramos vestigios flotantes de la tormenta de dos días antes; uno de ellos un patín a pedales, nuevecito, de los que alquilan por horas en las playas familiares. Nos pareció un peligro para la navegación, sobre todo por la noche; así que amarramos un cabo y lo llevamos remolcando con la intención de dejarlo en puerto o varado en alguna playa. Por alguna razón iba entrando agua, y cada vez navegaba más hundido y escorado. A menos de una milla del puerto (después de haberlo remolcado 20) hundió la proa, ofreciendo tanta resistencia que el cabo se rompió y quedó, como se dice, con la quilla al sol. Irremolcable por nosotros en esas condiciones.
Cuando terminamos las maniobras de amarre y tomábamos una cerveza en el único quiosco del puerto, vimos como un pesquero traía arrastras el patín para regocijo de los presentes. Los más jóvenes, que se apresuraron a sacar el agua por unos tapones a propósito, lo disfrutaron de lo lindo un buen rato.
Agiokampos tiene un solo hotel, una playa de 10 kilómetros de arena fina y una larga fila de casas de vacaciones.
Última parte
De este pueblo navegamos a Pefki que ya conocíamos y de ahí a Oreoi, donde llegamos pasadas las 10 de la mañana. En ese momento se estaba produciendo un gran alboroto de barcos, porque se aproximaba una tormenta y algunos se mudaban al otro lado del muelle. Justo cuando terminamos de amarrar comenzó el diluvio. Yo me puse el bañador y salí a dejarme mojar por la lluvia torrencial. Otro vecino de pantalán hizo lo mismo. Luego pensé que era una forma de decirle a la tormenta : "Aquí estoy a pecho descubierto y no te tengo miedo, al contrario, estoy disfrutando de tí"
Dimitris me dijo que quizá mañana, que tenía otro barco delante y que veríamos el tiempo si dejaba.
Pasadas las 10 vino a avisarme de que fuera hacia el varadero, a no más de media milla.
Carro de varada
El carro de varada nos esperaba a 20 o 30 metros  de la orilla dentro del agua, enganchado a un tractor con una pértiga prolongadora. La maniobra consiste en acercarse lentamente en linea recta hasta que te pueden amarrar la proa. Un buzo, el propio Dimitris en este caso, afina la posición del casco entre los soportes y el tractor tira lentamente del conjunto hasta que el barco queda apoyado en la cuna. El equilibrio del soporte se consigue con unos tornillos que pueden variar la altura de cada apoyo. Luego se arrastra todo hasta su lugar (quitando la prolongación) y el barco queda sujeto con dos soportes como si lo hubiera sacado un travelift. El sistema es ingenioso, sencillo y parece seguro.
Gastamos el resto del día en dejarlo todo "a son de tierra" para salir la siguiente mañana temprano hacia el aeropuerto de Atenas.
Vista desde el varadero la mañana de nuestra vuelta
Ya en casa repaso mentalmente los números del viaje: 3 meses, 3 miles de millas, 3 continentes, 5 mares, 5 banderas... Y lo que no son números: creo que he aprendido algo más a tolerar, a saber agradecer, a ayudar modestamente, a reconocer errores ... por ello he vuelto con mis dos pieles (la que me arropa el cuerpo y la que me arropa el ánimo) más morenas, más curtidas y mis dos corazones más fuertes y, quizá, un poco más limpios.


  

martes, 23 de julio de 2019

De Algeciras a Estambul. Parte 2 de 3


Ya había amanecido cuando cambiamos el pabellón del obenque de estribor por cuarta vez, con la costa turca, y sus enormes, ostentosas, incluso retadoras banderas rojas, a las vista.
Bandera gigante

Çesme es una ciudad pequeña pero con una importante y bien provista marina.
El proceso de entrada consiste en comprar un documento, el trans-lock,(en teoría en el Ministerio de Marina, pero en la práctica en alguna gestoría del sector) que cuesta 75 euros, y llevarlo a la policía, a aduanas y a la capitanía del puerto. En estas oficinas te ponen un sello en cada hoja de un juego de 4. Luego tienes que volver a cada sitio a dejar una de las copias y tú quedarte el original. También hay que comprar una tarjeta azul (bulú card, así lo pronuncian aquí;las tienen en la propia marina) que sirve para que un sistema informatizado lleve el control de las veces que vacías el tanque de aguas negras durante tu estancia en el país. El sistema tiene unos algoritmos que calculan, según las plazas del barco y la capacidad del tanque de aguas negras, la frecuencia de los vaciados. Si no los cumples, te puedes ver en un lío, con fuerte multa; eso nos dijo el lacio oficinista de la marina. Al final claudicamos y encargamos el papeleo, incluyendo mi visado a un agente al que dolorosamente pagamos 50 eurazos por su gestión.
No encontré las cornamusas en ninguna de las tiendas náuticas de los alrededores. Consideré ese problema prioritario porque estábamos amarrados a los winches, y cualquier daño en ellos o su arraigo habría sido muy grave. Con un trozo de cuadradillo que tuve la precaución de recoger del hotel abandonado de Linaria, fabriqué unas improvisadas cornamusas que, por el momento cumplen su función.
Mejillones rellenos de arroz, luego los hemos visto por muchos sitios.
Pescadores en Foça

Foça, segunda escala turca, debió ser un importante asentamiento griego a juzgar por el grosor de las columnas de los restos un templo que hay en la parte alta, detrás de las murallas que recorren el contorno de la pequeña península entre los dos puertos. Gatos y gaviotas se disputan ruidosamente el pescado que desechan los pescadores en el puerto.
Aquí tampoco encontré cornamusas, pero me indicaron un medio taller medio desguace donde quizá encontrase algo. No había, pero un hombre de mi edad telefoneó a alguien que podía fabricarme unas de inox por 200 liras (30 euros) al día siguiente de 9 a 11. Acepté después de preguntarle si podía confiar en la puntualidad turca y contestarme que por supuesto que sí. Cuando llegué a las nueve menos cinco ya estaba allí la furgoneta taller del herrero. Acordamos algunos pormenores y se puso a ello mientras el que me había hecho de contacto y yo, tomábamos un té. Era un personaje  avispado pero inspiraba confianza. Estaba casado con una rusa, exbailarina del Bolshói, lo dejó a causa de una lesión. Llevaba una camiseta con las siglas e insignia soviéticas “en plan contestatario” me dijo. Añadió que al actual gobierno turco no le interesan las personas que leen, prefiere mantener a la gente ignorante y que le voten, como ocurre en el interior del país, donde , además, son más devotos y radicales en su islamismo.
Las cornamusas perfectas; brillantes y perfectas. Además de “Tesequiur ederém” (Gracias) le dejé 20 liras de propina que se apresuró en dar a su hijo (8 años) que había traído con él y que estuvo un rato atento al trabajo de su padre, incluso sujetando una pastilla de algo con lo que untaba la pulidora. Le dije que no, que eran para él, y al chaval le di unas monedas que tenía preparadas.
Bocadillo (Balik ekmek) de sardinas abiertas y rebozadas, con ensalada, típico de por aquí.
Salimos temprano con el mar como un estanque, de un azul intenso, como el cielo del que colgaba alguna nube algodonosa; sin viento. Al poco, rodeados de islas más o menos lejanas se levantó una brisa suave. Abrí las velas para ceñirla, y, al rato, paré el motor para escuchar el silencio… del casco deslizándose sobre el agua…del viento acariciando las velas… de mi propia respiración contenida… . Alguien creyente lo hubiera flipado…
Mañana saliendo de Foça

Destino Daikili,  Ciudad de tamaño medio,  capital de su comarca, base marítima para visitar Pérgamo y puerto de imposible amarre, por la propia saturación de pesqueros. Muelle de la armada turca con patrullera incluida, quizá para la vigilancia a causa de las pateras de refugiados sirios que han salido hacia Lesbos (justo enfrente a pocas millas) en los últimos años.
Media vuelta después de constatar la imposibilidad de amarre (y menos aún dejar el barco desatendido durante el tiempo de la visita a Pérgamo) y nuevo destino: Alibey, en la isla de Çunda (se lee Chunda; también Çanakkale: Chanacale; Çai: Chai o sea té). Llegamos a primera hora de la noche, después de pasar entre las parejas de balizas que marcan la parte dragada del canal entre isla y continente. De Alibey casi se puede decir que es un complejo de restauración: está plagado de garitos de comida para un turismo de los alrededores; no hay suficientes hoteles, ni de lejos en proporción a los restaurantes. De antiguo pudo ser un núcleo de cierta importancia a juzgar por la buena arquitectura de las casas (la mayoría en ruinas ahora) del pueblo. Tiene también algunos molinos de viento, y pozos en las calles, todo ello en desuso, claro.
Pozo en una calle de Alibey

100 liras (15 euros) noche en el puerto, luz y agua incluidos (sin ducha ni baño).
La mañana siguiente buscamos, en los planos de la zona que tienen los barcos turísticos en el muelle, una playa donde bañarnos. Caminamos casi una hora y solo veíamos hotelitos con pasarelas que se metían 50 metros en el agua para evitar las piedras, algas y suciedad de la orilla. En uno de ellos preguntamos y nos dijeron que sí, que podíamos bañarnos ahí. Al final de la pasarela estaba una pareja con un niño que jugaba a pescar con una caña. Ya fuera del agua aprovechamos una ducha cerca de la orilla para quitarnos la sal. “Tesequiur ederém” dijimos al camarero que habíamos preguntado, pero cuando salíamos por la puerta de la verja otro con el mismo uniforme nos llamó para pedirnos 40 liras por el baño. Un sablazo en toda regla, además de lo inesperado. Le pedimos el tiquet: entonces rebajó el precio a la mitad. Le dimos de mala gana las 20 y cogimos un bus para regresar al pueblo.
A la marina de Ayvalik, justo enfrente, a menos de 2 millas, llegamos antes de que abrieran las oficinas. El marinero de guardia nos llevó al muelle de la gasolinera donde teníamos que esperar hasta las 9.
Sitio de Pergamo

Esa misma mañana cogimos un bus a Pérgamo; impresionante el enclave de la acrópolis, y en la parte baja el entorno presumiblemente fresco (por la abundancia de agua) y acogedor del templo de Asklepeion, dedicado a la sanación; en su entrada hubo una inscripción que prohibía el paso a embarazadas y enfermos terminales, añadiendo que a los dioses no les gusta la muerte; en realidad parece que en los templos de Asklepieion no se permitía nacer ni morir.
Fuente en el templo

El ramadám terminó estando todavía en Ayvalik. Los musulmanes de la costa no son muy practicantes (cuando sonaba el chupinazo anunciando el final del día y del ayuno, muchos ya ocupaban animadamente las mesas de los restaurantes), pero los tres días de fiesta siguientes son escrupulosamente celebrados por todos.
Unas 4 horas hasta Assos. Ya estábamos avisados del poco calado del puerto, de que el atraque mejor de proa y al lado del restaurante. En realidad no era “al lado” del restaurante, si no “encima” del restaurante. Las mesas de la terraza no caen al agua del puerto porque las separa un murete de su misma altura que tiene adosada, por el lado del puerto, una pasarela voladiza de un metro de longitud, que permite el desembarco de navegantes hasta prácticamente encima de los platos.
Amarre en Assos

La antigua ciudad de Assos está allá arriba. Queda mucho por excavar y recomponer. Aristóteles fue invitado por uno de sus gobernantes y pasó una larga temporada aquí, incluso se casó con una paisana, familiar de su mentor.
Minarete cerca de Assos

Dejamos el amarre temprano, para llegar a la isla de Bozcaada con tiempo de dar un paseo por el pueblo. Esta isla esta muy cerca del continente y parece que fue utilizada por los aliados griegos como base durante la guerra de Troya. Su actividad es básicamente la restauración. El trajín de ferris no para en todo el día y las calles y terrazas rebosaban de gente hambrienta, todavía en plenas fiestas de fin del ramadán. Fortaleza con festival de cine programado y molinos de viento modernizados. Aquí probé una masa frita, como los churros pero en forma y tamaño aproximado a un huevo de paloma, que sirven con chocolate por encima. Yo los pedí sin chocolate. La ”churrera” hablaba algo de italiano del año que vivió en Roma y conocía los churros españoles.
Nuestras cervezas turcas favoritas

Salimos muy temprano del puerto porque las previsiones daban viento de cara a media mañana, saliendo con la primera luz podríamos llegar  a Çanakale sin tener que enfrentarlo. Antes de la llegada al estrecho ya se empezó  a notar la corriente. Según el derrotero había tres nudos por el lado oeste y dos por el este de corriente contraria. Al poco de salir vimos  a otro velero detrás, con nuestro rumbo, que nos iba ganando terreno hasta que nos adelantó a un cuarto de milla por babor y entró en el estrecho unas dos millas delante, pero por la parte oeste. El tráfico de mercantes circulaba entre el otro velero y nosotros. Poco a poco fuimos recuperando el terreno perdido hasta llegar a su altura, pero luego entramos en zona de fuerte corriente contraria (unos 3 nudos) y se fue hasta perderlo de vista.

Track tercero

Çanakale, ciudad mayor de lo esperado. Con una fuerte personalidad marcada por su condición de encrucijada de mares y caminos, trasiego constante de ferris que cruzan Dardanelos en la actualidad, y los hechos históricos que acaecieron en sus alrededores a causa de esa condición (guerra de Troya y batalla o campaña de Gallipoli de la primera guerra mundial).
Monumento en la peninsula de Gallipoli frente a Çanakale

Piri Reis, el almirante y geógrafo del siglo XVI, era originario de esta comarca; y parece que fue aquí donde dibujó su conocido mapa. Un museo algo ajado y otras referencias lo recuerdan.
En el paseo cerca del puerto está colocado el caballo que se utilizó en la película “Troya” (la de Brad Pitt) y las agencias de viajes ofrecen varios “packs” para visitar las ruinas de la ciudad donde murieron Héctor y Aquiles (y muchos más, claro)
No muy lejos del caballo, en el mismo paseo se puede visitar un pequeño memorial con fotos de la batalla de Gallipoli; y, algo más allá, un museo militar con una buena muestra de armamento que incluye una cañonera o dragaminas de la época.
A partir de aquí me quedo solo hasta Estambul, eso supone distribuir el recorrido  en etapas manejables en solitario.
La primera hasta Kemer, pequeño pueblo al lado del que han construido una central térmica de carbón. La empresa  concesionaria, supongo que por las molestias que pueda generar, está contribuyendo a la revitalización del pueblo con aportaciones a la excavación de un asentamiento romano de los alrededores. También están poniendo agua corriente en las casas y puede que luego pavimenten las calles, ahora de tierra.
El puerto lleno de pesqueros, un par son arrastreros de buen tamaño.
Abarloado al pesquero
 En uno de ellos, abarloado al otro, unos hombres trabajan en las redes y observan mi llegada. Cuando comprenden mis dudas acerca de qué hacer, me indican que me abarloe a ellos, y uno me recoge las amarras. Luego me invitan a la naranjada (“tesequiur ederem”) local que iban a tomar ellos en su comida.
Recorriendo el pueblo descubro, incrustados en los muros de alguna casa o como pavimento para salir al patio, indicios (unas losas de mármol, un capitel…) de un asentamiento clásico (todavía no sabía lo de la excavación cercana). La chica del súper me hace un gesto con hombros y boca de “Esto es lo que hay, lo tomas o lo dejas” cuando le inquiero, con el mismo lenguaje, y la última cebolla del cesto algo tarada en la mano, que si no tiene más. En este y otros supermercados de esta zona el pan lo tienen fuera, en una vitrina de cristal sin cerradura, incluso por la noche; es como si quisieran facilitar que alguien que tenga necesidad lo pueda coger sin pagar. Tendré que investigar eso.
Seis o siete horas hasta Mármara; algunas de ellas a vela.
Efectos del Meltemi
 En la vegetación de la costa se aprecian los efectos del meltemi: es como  si la hubieran peinado  con gomina de norte a sur.
En el puerto conviven pesqueros y barcos deportivos. Coincido con otros dos veleros conocidos de Çanakale: uno español y otro alemán; ambos, como yo, camino de Estambul.,
Las esculturas inacabadas expuestas en el paseo, las calles recién levantadas para meter el alcantarillado, la mezquita de la parte alta de la que no encontré la puerta de entrada, los camiones cargados con piezas de mármol bruto, la barandilla central en las escaleras de las calles que suben. Su fisonomía y la tranquilidad del agua hacen del pueblo un aspirante a convertirse en un Skiatos cualquiera (cuando esté todo terminado, remozado y limpio, incluyendo las playas);personalmente prefiero que eso nunca ocurra. (lo de la conversión: no lo de la limpieza)
Kapidag Yarimadasi, costa norte abrupta, donde los pueblitos se hacen hueco ladera abajo o en alguna de su multitud de calas con playas de lo que parece arena clara.
Kayagzi, uno de esos pueblos de dos docenas de casas, mezquita, puerto y un par de terrazas donde tomar un chai, me sirve para pasar la noche. No era el destino de mi etapa, pero me asomé a curiosear y me quedé. Sándwich mixto caliente (de algo y queso), fanta y yogur, 7 liras. Digamos un euro diez. El amarre y los cangrejos que me dieron unos que limpiaban el puerto, gratis. Con el dingui fui a darme un baño a una de esas playas  de arena clara que había visto al pasar. La arena rubia…, pero mucho desperdicio; agua transparente,…pero con un ligero tinte verde limón que no infunde confianza.
Playa en el mar de Mármara

Cuando establezco mi siguiente destino en el plotter para que calcule automáticamente la ruta, observo que traza un curva sin venir a cuento; al hacer zoom descubro que la isla de Imrali está rodeada de un perímetro de 3 o 4 millas alrededor de su contorno, marcado como prohibido o peligroso. El derrotero lo explica: es una isla prisión, y no está permitido acercarse.
Amanece con tiempo tormentoso. Las previsiones anuncian hasta 18 nudos del noreste; con mi rumbo lo podré ceñir. Al salir abrí medio génova; luego lo fui aumentando y a las 3 horas lo tenía todo arriba y sin motor. Esquivé la isla con su perímetro y una tormenta negra que tenía delante.
De repente vi Estambul a lo lejos, lo constaté con el compás de marcar. Era Estambul.
Perfil de un barrio de Estambul desde lejos

Esenköy, pueblo con algo más de enjundia,… y cerveza (en los otros ni por asomo). Cuando compras algo con alcohol te ponen la botella en una bolsita negra para que no se vea lo que contiene; pero esas bolsas solo las usan en estos casos, con lo cual vas dando el cante más que si lo llevaras en una bolsa cualquiera.
30 liras la noche con agua y luz (4,50 euros).
Salgo hacia las islas princesas. Están a unas 7 millas de Estambul. Ahí pasaré la noche para entrar al día siguiente. Mi cabeza no deja de hacer “collages” con imágenes sacadas de qué sé yo dónde para componer una postal de la ciudad; postal que no se parece en nada al perfil que contemplé ayer, tamizado por la lejanía y la capa de polución, de los rascacielos de una gran ciudad moderna. Estiro el cuello para olfatear el aire por si percibo el olor a canela, pimienta, incienso o alfombras nuevas del bazar, pero no. De repente me invade la sospecha de que pueda ser como ver una película después de haber leído el libro.
Fondeo en una bonita cala rodeada de verde vegetación… pero también agua verde con partículas y medusas en suspensión. Además saturada de yates , motoras y barcas de familias de la ciudad que han venido a disfrutar del día y de sus viandas y bebidas… cuyos envoltorios van a parar al agua con demasiada frecuencia. La noche queda tranquila cuando todos, menos otros dos veleros y yo, regresan a casa.
De mañana recojo cadena y zarpo. Tengo que rodear dos de las islas para aproar mi destino que va apareciendo con el último giro esa mañana tormentosa a ratos, con algo de llovizna y nubes bajas. Poco a poco, como suceden las aproximaciones en navegación, se iba perfilando la ciudad: la torre de comunicaciones en lo alto, los rascacielos, los barrios de bloques de viviendas, los pilares del primer puente; luego la parte antigua : los minaretes y cúpulas de las mezquitas y Agia Sofia, dos torres (que luego supe: Gálata y  Beyazit) y más cerca barrios de casas casi amontonadas  rodeando algún palacio.
Detalle de la llegadda a Estambul

Compruebo que tengo espacio libre y tiempo suficiente y me pongo en pie para declamar (la tenía previamente descargada) de principio a fin, La Canción del Pirata; esta vez con propiedad, al menos geográfica.
Os refresco unas estrofas:
Con diez cañones por banda,
Viento en popa, a toda vela,
No corta el mar, si no vuela
Un velero bergantín.
…..
La luna en el mar riela,
En la lona gime el viento
Y alza en blando movimiento
Olas de plata y azul.
Y va el capitán pirata
Cantando alegre en le popa.
Asia a un lado al otro Europa
Y, allá a su frente, Estambul.
Que es mi barco mi tesoro.
Que es mi dios la libertad.
Mi fe la fuerza del viento,
Mi única patria la mar.
Después de recitar la canción del pirata cerca de Estambul

La personalidad de Estambul, ciudad estandarizada, homogeneizada y convenientemente pasteurizada, emerge de los efectos de la globalización en sus barrios menos pateados de turismo y a partir de tres o  cuatro metros de altura en sus calles y lugares emblemáticos.
El descalzarse para entrar a las mezquitas, donde grupitos de devotos de toda condición acuden al rezo, llamados por el canto más o menos entonado que difunde la megafonía; el sinvivir de los transbordadores; los dependientes tomando un te a la puerta del negocio; las jovencitas que se atusan el pañuelo y hacen gestos descarados mirándose en su móvil; los carritos de los que venden rosquillas con sésamo o mazorcas a de maíz asadas; la visita a otra mezquita donde hay alguien que habla tu idioma y te regala un ejemplar del Corán; los caros baños turcos; la ración de crema de lentejas y porción de pan que regalaban, esa mañana al lado de los embarcaderos, a todo el que hiciera cola ante el furgón; los estudiantes de astronomía de los que fui invitado en la visita al campus donde está la torre Beyazit; la cantosa iluminación roja del puente; las furgo-taxi que cuestan 2,50 TL; la mujer que hurga en una bolsa de basura rota en el suelo para darle algo de comer a su hijo; el gesto de negación turco, que consiste en estirar el cuello como para tragar algo intragable entornando los párpados;….
No, no había leído el libro antes de ver la película, probablemente esté por escribir.
En la marina tienen la bomba de vaciado de aguas negras averiada. Le digo al chico que no me importa, que solo quiero que me “selle” la “bulú” card. Que no, me dice; como insisto lo consulta con el jefe. Sigue siendo no, pero intenta consolarme apuntándome los números de teléfono de otras marinas que también tienen.
Paso del Bósforo: la primera de las 4 horas, hasta aproximadamente el primer puente, muy intensa, con algunas maniobras y mucha atención; cruzamos al lado europeo, siguiendo los consejos del derrotero, para hacer casi toda la ruta; por este lado hay menos corriente contraria. En todo el recorrido la velocidad osciló entre 2,5 y 6,5 nudos, considerando un régimen de motor constante de casi 2000 vueltas que en condiciones normales hubiera supuesto unos 5,5 nudos de velocidad. El estrecho está dividido en cuatro zonas, digamos, de control. En cada una de ellas es obligatorio ir a la escucha de un canal de radio. De sur a norte: Hasta primer puente, canal 14; desde ahí hasta el segundo, canal 13; hasta algo antes del tercero, canal 12; en adelante canal 11.
Barriadas, primer puente, pueblecitos, palacios, segundo puente y villas desfilaban a ambos lados. Tercer puente.
Destino: Poyraz. Pueblo hosco; nos echaron de dos lugares después de estar amarrados. Incluso en el fondeo los dos únicos vecinos se quejaron. La playa está vallada y para llegar a tierra con el dingui hay que atravesar la “concesión” de algún restaurante. En la costa apenas hay media docena de restaurantes, un quiosco, un parque y el puerto.
Sile, a 4 o 5 horas al este. Mar Negro, Negro. Gran marina a medio construir (sin coste); muchísimo espacio para abarloarse. En un enclave peculiar, alrededor de peñascos, alguno de suficiente tamaño como para soportar un torreón.
Puerto de Sile desde  un café de la ciudad

El pueblo está cincuenta metros más arriba, casi en vertical, asomado a la tarde; de eso se aprovechan los bares y restaurantes que abren sus terrazas a la vista panorámica del mar, de  esos peñascos y del atardecer.

Arquitectura local

Fuente bajo el nivel de la calle

Unos 30.000 habitantes, muchos para pueblo, pocos para ciudad. Todavía se adivina, en algunas casas más antiguas, su arquitectura local: fachada recubierta de madera con balconada voladiza. Varias fuentes árabes que se van quedando más bajas que el nivel de la calle al lado de las mezquitas que se disputan el espacio sonoro a la hora de la llamada al rezo.
Gran mercado callejero el viernes, y todo tipo de comercios agrupados más o menos por gremios, como hemos visto por todo el país.
Track cuarto

Para aprovechar los previstos vientos favorables salimos a mediodía, con 130 millas de travesía hacia Amasra, que sería nuestro punto más alejado en todo el viaje. Ahí empezaría el retorno.
Mucho tiempo sin hacer guardias, pero  bien. Y luego la tormenta. Muy visual. El mar como de seda, ondulado, pero seda y ese diluvio levantando infinitos círculos brillantes de gotitas de agua. Por supuesto calados hasta los huesos.
Amasra fundada por Amastris, una nieta del persa rey Darío y cuñada de Alejandro Magno (en realidad el asentamiento griego ya existía con el nombre de Sesamos). Incluso aquí transcurre un episodio de Jasón y los argonautas en su búsqueda del vellocino de oro. Actualmente ocupa el islote y la península unidos por un puente, y además se extiende tranquilamente por los alrededores. Quedan muchos vestigios por excavar en torno a las murallas, rehechas varias veces a lo largo del tiempo, por griegos, romanos, otomanos… En lo alto de una de las torres han colocado una silueta luminosa de la cara de  Ataturk; justo debajo, por el interior de la muralla hay unas aberturas medio derruidas que dan a una sala con una columna en medio y la otra a una cueva que desciende vertiginosamente, como si fuera una comunicación secreta con la parte baja de la ciudad, o una vía de escape en caso de peligro.
Bordadora en Amasra

Luces que dejan caer en la tarde de Amasra

Para salir o llegar al barco hay que ir saltando entre los pantalanes flotantes del puerto, algo desperdigados por algún temporal.
Desde las terrazas  de los cafés del oeste se disfrutan los bonitos atardeceres.
El día previsto para la salida, a la 1, estábamos de acuerdo con el jefe del puerto, para vaciar el tanque de aguas negras. Esperamos hasta las dos y media y, como no acudía nadie, tuvimos que zarpar para que no se nos echara el tiempo encima.


Puertas en las murallas de Amasra


viernes, 19 de julio de 2019

De Algeciras a Estambul. Parte 1 de 3


Preliminares
Si, de la canción de Serrat, de  “Mediterráneo”. Me apropié de ese verso cuando,  regresando de Grecia, comencé a contemplar la idea de navegar aún  más lejos; a Estambul…
El proceso ha llevado su tiempo, casi dos años de altibajos en la firmeza del propósito, debidos a las dudas de encontrar una tripulación dispuesta a una ausencia de unos 6 meses de su entorno; esto me incluye a mí mismo. Parte este problema quedó resuelto con la división del proyecto en dos etapas; ida y vuelta; en años sucesivos. Tres meses parecen algo más asequibles; aún así, ha sido necesaria una pequeña ración de ese “ahora o nunca” que a veces nos pincha en el culo y nos ayuda a mirar por encima de nuestras rutinas.
Por el momento tengo tripulación para esta primera etapa. El barco se quedará en Grecia hasta la próxima campaña.
Aunque el título de la travesía sea ese (de Algeciras a Estambul) la salida será desde Burriana; el tramo Algeciras-Burriana lo haré en cuanto vuelva.
Preparativos
Teniendo en cuenta que, para no encontrar aglomeraciones por temporada alta en Estambul, teníamos que salir a mediados de abril, pedí fecha para el varadero a últimos de marzo.
José Manuel y yo aprovechamos esta varada para conocernos un poco, ya que nuestro único contacto había sido un foro de navegantes.
Cambio de aceite y filtros. Limpieza y pintado de obra viva. Trabajoso cambio de la estopada seca, que acabó, y sigue, goteando sin saber porqué . Y vuelta al agua.
3 Salida
Resueltos los últimos temas personales y previa consulta de la meteorología, llegamos a Burriana el 11 de abril. Ese mismo día hicimos acopio de víveres imperecederos y a primera hora de la noche nos pusimos en ruta.
Primera etapa Burriana- Tabarka (Túnez) 450 millas. La línea recta entre estos dos lugares pasa muy cerca de Mallorca y, para asegurarnos reserva sobrada de combustible, paramos una hora en Andrax para reponer esos 20 litros de gasoil que habíamos gastado. La motora de al lado repostaba también; “5 litros por milla” nos dijo el que sujetaba el embudo. “Nosotros al contrario, 5 millas por litro”, le contesté. Anochecido salíamos del puerto, esta vez sí, con unas 350 millas delante de la proa. El pronóstico, que más tarde se cumplió, daba vientos portantes de componentes norte y oeste de hasta 20 nudos, y mar formada de hasta 2 metros, con el día intermedio más tranquilo. Esa tarde pescamos un atún de unos 8 o 10 kilos que guardamos en la nevera (aunque solo funciona en puerto a 220 v.).No vimos prácticamente ningún barco hasta el último día que cruzamos la ruta Suez-Gibraltar que siguen los mercantes.
Al amanecer del tercer día navegábamos, a falta de 20 millas, con unas 14 horas de adelanto sobre nuestras previsiones. Debíamos estar a la vista de los guardacostas argelinos, porque escuchamos una llamada de radio dirigida a un “sail vessel in position…”, y daba la nuestra. Cuando le contesté se interesó por el número de tripulantes, puertos de origen y destino, y la bandera. A los 15 minutos vuelve a llamar para que le confirme el nombre del barco: “papa, india, x ray, eco, lima”.” Right”, le contesto. Un rato después quiere saber nuestro indicativo de llamada; como no lo se de memoria, le digo que espere, que  tengo que mirarlo en la documentación. Después de darle el dato nos desea buen viaje, “thank you”, me despido.
Fortaleza de Tabarka
 Con la peña donde se encuentra la fortaleza de Tabarka a la vista, unas 5 millas, hago la primera llamada a la capitanía del puerto; no hay respuesta; media hora más tarde tampoco; a 5 minutos de entrar, ya con las velas recogidas, seguimos sin respuesta. Sin embargo una vez dentro, nos estaban esperando tanto la capitanía del puerto como la policía, para resolver todo el papeleo de entrada al país, una media hora de formularios, tampones y somero registro del barco.
Al encontrar el agua caliente de las duchas de la marina inoperativa, preguntamos por un hamam, pero como no abren para los hombres hasta la tarde, pusimos un poco de orden en el barco antes de zamparnos parte del atún que teníamos guardado. Después de una buena siesta nos fuimos a los baños. Un hombre flaco de piel oscura y mirada clara nos administró un minucioso “lijado” con su correspondiente “escaldado” que nos dejó como nuevos.
En Tabarka todavía quedan pescadores de coral, y tiendas donde lo venden a buen precio. Lo curioseamos en una de ellas. En un jardincillo hay un monumento con una escultura del presidente Burguiba y, posando junto a él, un perro.
Habíamos decidido salir hacia Bizerta (65 millas) la siguiente noche, y a los 20 minutos de haberlo hecho (la salida) recibimos una llamada del los guardacostas ordenándonos volver, porque no habíamos resuelto el papeleo de salida; “Pero si no salimos del país, vamos a Bizerta, lo hemos dicho en la capitanía del puerto”. “No, mesié, hay que hacer el proceso en aduanas, policía y marina nacional”
Así que vuelta atrás, y, una hora más tarde de nuevo en camino.
Llegada a la inmensa, moderna y desolada marina de Bizerta sin incidencias. Repostaje de los bidones vacíos desde un pickup cisterna.
En la cashba de la ciudad entro en la mezquita (creo que del siglo XIV) sin impedimento. Dentro hay dos hombres y una mujer. Ninguno se aclara con el francés pero me reciben con amabilidad, incluso me invitan a hacer fotos.
Mezquita de la Caasba de Bizerta
    En una placeta, donde nos sentamos a comer unas fresas compradas en el mercado, hay un monumento con una columna central de unos 5 metros de altura, con inscripciones en sus cuatro caras.
Monumento a los caídos
Un hombre mayor sentado en la orilla de la plaza con, quizá, su hija me cuenta que esos son los nombres de los caídos del pueblo en la batalla contra el cuartel de la marina francesa, que estaba allí (y señalaba al fondo de una calle). Con 10 ó 12 años jugaba por esos lugares y conocía perfectamente a los franceses que pasaban con sus motos. Me contó que Burguiba no era de Tabarka (allí solo tiene ese monumento) sino de Monastir.
Hoy jueves indagaciones en el puerto de Zarzuna. Hay un varadero de un buen tamaño donde trabajan sobre todo pesqueros, pero también veleros de fibra y epoxi. He preguntado por el precio de un repaso al casco, con lijado y mano de resina. Como el proveedor del material necesario no estaba, me concretarán por email cuando contacten con él. Luego chuletón a la brasa en un garito donde te aparrillan lo que compres en el mercado y paseo sin rumbo por la ciudad.
Viernes 19. Inmersión viajera doméstica: taxi hasta Zarzouna (1,700); furgoneta hasta Túnez (5,400 cada uno); metro hasta las afueras de Túnez para coger el… (0,900 cada) …tren hasta Sidi Bou Said (1,000 cada); precios en dinares tunecinos, a 3,35 dinares por cada euro (cambiados en el banco Zeituna); unas 2 horas en total.
Sidi Bou (para los amigos) es el típico pueblo donde se puede tomar un te en el “Café des Delices” (4,000 cada), comer algún guiso tunecino para guiris (mi cous cous estaba rico)(40,100 entre los dos) …echar medio día, no más. 
Rincones de Sidi Bou Said

 La vuelta: taxi hasta el aeropuerto (8,700); segundo autobús (el anterior se llenó antes de subir nosotros) hasta Zarzouna (4,200 cada); taxi hasta Bizerta (1,700); cerveza en la nave fenicia del puerto viejo (11,600 las dos)
Otro día viaje a Túnez capital,  Medina y Maison Del Bei incluidas. Comida en un restaurante popular.
Mañana hará bueno para salir de Bizerta, aunque con mucha mar formada en estos días de temporal de levante.
Ponemos rumbo a Favignana sobre las 2 de la tarde, cuando el viento estaba rolando según lo previsto; unas 24 horas de singladura. También según lo previsto aparecieron olas de proa de hasta 4 metros, tendidas pero enormes, de las que marean. De madrugada el motor empezó a perder revoluciones hasta quedar al ralentí. Alarma general porque no teníamos ni idea de porqué; parecía algo de alimentación, pero había combustible y no había el olor a gasoil que hubiera producido cualquier fuga. Continuamos a vela unas horas y volvimos a arrancar el motor. Esta vez estuvo en marcha unas 5 horas hasta que se vino abajo. Entonces ya habíamos decidido cambiar el rumbo hacia Marsala con la esperanza de encontrar más fácilmente remolque y la ayuda de un mecánico. Como el viento rolaba continuamos haciendo bordos hasta que consideramos prudente,  por tiempo y por estado de la mar,  pedir remolque al  “circo mare” de Marsala.  “Non avviamo queste servizio”, nos dijeron, y que avisarían a un porticciolo  que si lo tenia. Altamarea  el porticciolo y Raffaele su gerente-mecánico-gruista secretario-etc. Con nuestra posición y rumbo salió en nuestra busca.  Lo avistamos a unas 10 millas del destino, ahí nos dieron un cabo y remolque hasta el amarre con la incertidumbre  de cómo sería la operación del amarre propiamente dicho. No resultó complicado. Cuando le conté como había pasado lo del motor me dijo “Gasolio porco”; pero si los filtros están nuevos,  me quejé. “Gasolio porco” repitió.
El guardacostas de turno escribió su informe y me entrego una copia. Cosa de papeleo,  me dijo.
Después vino la negociación con el capo. Cuando supo que mi seguro tenía el remolque incluido,  le cambió la cara. Enseguida me propuso incluir la reparación, y la estancia de los días que quisiera en la factura para la aseguradora.
Se había obstruido la llave de paso a la salida del deposito de combustible.
Puerto pesquero de Favignana
                                                                                                    
Al día siguiente echamos un par de horas en llegar a Favignana, islita que sin dejar de dar la cara al mar ha pasado de enclave conservero a ser un atractivo turístico por sus aguas transparentes y sus rincones, a los que llegamos en bici eléctrica.
Una noche hasta Palermo. Ciudad diversa, profundamente siciliana,  llena de abandono y de cuidados al mismo tiempo. Mercados populares por las calles, ricos y variados. Iglesias que tienen escrita en sus muros y capillas de rabiosos detalles la crónica de los prohombres de la ciudad y sus proezas. Sus cuatro barrios definidos por el cruce de las calles Maqueda y Vittorio Emmanuele, y la catedral, con el agujerito en el techo que deja pasar los rayos de sol sobre la línea meridiana dibujada de cobre en el suelo.
Sol en la meridiana y frutas en las calles de Palermo
   
24 horas hasta Mesina, con las fuertes corrientes del estrecho y su trafico continuo. Marina incomoda, por el constante movimiento del barco, hasta la desesperación. Ciudad diferente e inesperada. Aseada y de una arquitectura con una grandiosidad que parece no corresponder al porte de la población.  El carillón  del campanile  de la catedral rayando lo grotesco.

                                            
  Fortaleza aragonesa de Le Castella
24 horas más hasta Le Castella. Con,  por fin, una mañana de las que hacen afición a la vela, soleada, viento moderado,  puro placer.
Pueblo recogido y limpio,  con su conservada fortaleza aragonesa de bonito perfil, forma parte del circuito turístico de la Isola di capo Rizzuto,  que comprende varias fortalezas y enclaves de la región.
El dueño de una terraza donde nos sentamos un par de veces,  nos contaba con la vehemencia atropellada de un amante y conocedor de la historia de su pueblo,  los detalles del paso de los griegos,  romanos,  turcos, aragoneses y qué se yo quien más, por la localidad.  Por lo visto, durante un terremoto en el siglo XV,  quedaron bajo el nivel del mar dos islas cercanas a esta costa. Una de ellas,    aseguraba,  era la de la diosa Calipso  donde Ulises paso una temporada de pasión erótica y tormento interior.
El siguiente salto era a tierras del propio Ulises, a Mesolongui. Salimos una tarde, desestimando la oferta de carga de combustible, por considerar que teníamos cantidad sobrada para esta etapa. Portante, agradable travesía; la tarde del siguiente día estábamos con cobertura telefónica griega y a la vista de las primeras islas Jónicas. Cambio de bandera bajo la cruceta de estribor. Por la mañana, en las proximidades de  nuestro destino, me asaltaron dudas acerca de las posibles dificultades de entrar por ese canal tan estrecho, con ese viento de popa de unos 10, 12 nudos. Con velas recogidas y, a la vista del canal, con su señalización, y una flotilla de charter en traslado que salían del pueblo, me relajé, y entramos y amarramos sin ninguna dificultad en un muelle de la gran ensenada que hay dentro de la marisma. El paisaje del canal de entrada, jalonado de pantalanes sobre postes de madera, con barquitas pintadas de azul amarradas a su costado, parecía sacado de alguna película de Florida, o de los cayos cubanos (nunca he estado allí, pero así lo imagino)

                                                  
Canal de entrada a Mesolongi
Primer contacto con Grecia. Café en una terraza en el puerto, precio elevado para nuestras expectativas. Mesolongui, más grande de lo que parecía. Salinas y cierta infraestructura para la observación de la fauna local de la marisma. Sus iglesias, sus pastelerías, sus calles… Aquí murió el guapo y cojitranco Lord Byron, “curado”, con unas sangrías propias de la época, de una crisis de epilepsia.

       
                               Escalera al castillo                                                          Catedral de San Andres                                                   
Luego Patras, una de las ciudades más pobladas del país, considerando su área de influencia. Marina de pantalanes en franca ruina. Por suerte encontramos cobijo en el extremo más protegido de uno de los muelles. Agua, luz y dos días de amarre: 27,17 euros (25% IVA incluido), pero sin agua caliente en las duchas. Enorme y ortodoxamente abigarrada catedral de san Andrés en el extremo oeste de la calle central de la población. Intento fallido de visitar la fortaleza de la parte alta (acababan de cerrar a las 4 de la tarde) después de subir la escalinata de 172 (aprox.) peldaños. El centro muy animado de cafés con terrazas llenas de parroquianos en animada conversación. Se echa de menos un paseo marítimo acorde a la importancia marinera del lugar.
Al amanecer del tercer día zarpamos a Galaxidi, unas 9 horas de meteo favorable (nos retrasamos un día para evitar la lluvia prevista). De camino teníamos programada una breve visita a Lepanto, entrar y salir del puerto; una 
                                                                        
Puerto de Lepanto
vez dentro no nos resistimos a la tentación de amarrar y tomar un simple café. En total alrededor de una hora: fotos, recorrer el entorno del puerto, intento de llegar a una mezquita que mostraba su cúpula entre las casas, y el café. Puertecito amurallado como un belén con una docena de pesqueros y un par de veleros; muy recomendable de visitar.
En Galaxidi, como el muelle estaba prácticamente lleno, nos hicimos hueco entre dos catamaranes de los grandes, tirando ancla por la proa. Agua y luz gratis. Pueblo antiguo, tranquilo, escala para visitar Delfos, tanto ahora sus ruinas como en la época clásica cuando estaba en activo. En el silencio del atardecer se escucha el tintineo de los cubiertos y los platos en las terrazas de los restaurantes del paseo del puerto, y al amanecer el alboroto de las golondrinas que anidan en el cobertizo del embarcadero de los ferris.
En medio de la grandeza de este paisaje rodeado de cordilleras nevadas, no es de extrañar que, en el corazón de aquellos hombres de la edad del bronce (o de cualquier otra), entrando a golpe de espada en la historia, nacieran dioses, ninfas y demás seres mitológicos, que les ayudaran a entender su alrededor.
Travesía a vela hasta Corinto con viento moderado de popa e incómoda mar cruzada. Gente acogedora cuyos gestos de bienvenida no supimos interpretar en un principio.
La ciudad moderna de calles rectas y a escuadra, con mucho sabor local. Algunos pescadores vocean su mercancía, aún viva, en pequeños tenderetes que montan en el mismo muelle al lado de sus barcas.

                     
       Pescador de Corinto                           

Puente bajando y detalle esculpido en la pared del canal
Curioseamos, en la entrada del canal, el paso de un mercante arrastrado por un remolcador y el mecanismo del puente levadizo, o, quizá, deslevadizo; la pasarela por la que circulan los vehículos se hunde en el agua hasta 7 metros para permitir el paso a los barcos; luego emerge y vuelve a dejar paso terrestre.
Primer relevo de tripu.
Por la mañana temprano preguntamos al control del canal por la mejor hora para cruzarlo; alrededor de las 9:30 en el sentido oeste a este.
A esa hora ya llevábamos 15 minutos cerca de la entrada. Que esperásemos su llamada fue la respuesta por radio.
Pasadas las 10 nos confirman: detrás del “red cargo vessel”.

                                                                      
Cruce del canal
Así que motor y nos lanzamos detrás del mercante rojo a cruzar  las 3,3 millas de zanja rectilínea que une los mares Jónico y Egeo.
                                                   
Este canal ya fue un proyecto en tiempos de la Grecia clásica. Nerón incluso comenzó la excavación sin profundizar mucho, pero pudo seguir utilizando la calzada por la que los griegos llevaban sus trirremes, arrastrados por caballerías, de un mar a otro.
Muchas fotos con el canal y los puentes como protagonistas, pero muchas más con el foco en nuestro barco hechas por la multitud de turistas que se alineaban en las barandillas, a 70 metros de altura.
107,17 euros de peaje; hace dos años fueron 80. En las oficinas del canal tienen fotos de los avances de la obra y de la calzada que cruzaba el istmo en tiempos clásicos.
Aegina; amarre tirando el ancla por la proa y con la pala de timón peligrosamente cerca del fondo; visita, en moto alquilada, a los varaderos del norte para conocer de primera mano los precios y servicios que ofrecen. En la isla se cultivan pistachos y, en pastelerías y supermercados, venden productos elaborados con ese fruto.
                           
Pistachero en Aegina
                                                                                       
                                                     
De aquí saltamos al Peloponeso para visitar las ruinas de Micenas,  cosa que teníamos en mente desde antes de salir de Corinto. Ponemos rumbo a Nafplión,  pero al poco de salir cambiamos de idea, por el viento desfavorable y por horas de viaje.  Rumbo a Epidavros,  algo mas lejos de Micenas,  pero nos ahorraba unas horas de travesía que nos servirían para llegar en coche o moto a las ruinas.
Atraque con ancla en un lugar del muelle cerca de un ángulo que hace de rincón. Eso causaba que los rebotes de   las olas que entraban de lleno en el puerto, sin ningún dique, multiplicasen su efecto precisamente ahí. A nuestro estribor un trimarán alemán “atomico” y , justo en el rincón, un 10 metros holandés. Esa tarde, sin que el viento fuera excesivo, el holandés llegaba a hundir la proa hasta el balcón con los meneos, y, ya oscurecido, se marchó; la estrategia de la pareja alemana fue pasar la noche en un hotel. Nosotros aguantamos dentro de la coctelera hasta que poco a poco, ya de madrugada, todo se calmó.
Epidavros es un pueblito tranquilo, un par o tres de hoteles y las típicas “tavernas” griegas a pie de muelle, en este caso separadas unos 15 metros por el césped de un parquecito alargado. Ninguna posibilidad de alquiler de vehículo. La única opción de llegar a Micenas y a un teatro clásico cercano, era en autobús. Ninguna combinación se adaptaba a nuestras necesidades por más que nos estrujásemos el seso. Nos rendimos a la evidencia hasta que se nos ocurrió la solución: tomar el bus a Nafplios a primera hora (7 de la mañana), alquilar vehículo con el que visitar los dos enclaves previstos, volver a Epidavros a pasar la noche y devolver el coche en Nafplios al día siguiente con vuelta en bus.
             
Flores silvestres en la muralla de Micenas y paisaje desde la ciudad 
Micenas vale la pena por su entorno y por las imágenes que recrea tu mente de Agamenón, Menelao y los héroes griegos pululando por esos palacios mientras perpetraban la guerra contra Troya por el rapto de Helena. El teatro, de graderío perfectamente conservado forma parte de un complejo religioso-sanitario-cultural, uno de los 4 más importantes de los clásicos, dedicado a Asclepion.
Pero lo que nos cautivó de Epidavros fue su “sunken city” una gran villa griega sumergida a metro y medio, dos metros de profundidad que ha sido descubierta recientemente. Allí buceamos, hasta que nos cogió el frío, entre sus muros, pavimentos y tinajas.
Esa noche soltamos amarras hacia Kea.
 Templo de Poseidón al amanecer
Al amanecer llegamos a las inmediaciones del cabo Sunion. Obligado fondeo y visita al templo, regentado en otro tiempo  por el voluble Poseidón; por si quedasen rescoldos de su antiguo poder, pero sobre todo por la pura contemplación del paisaje que disfrutaron sus devotos.
 Pescador de Kea
A unas 10 millas de Kea divisamos una vela que parecía venir, por el aumento de su tamaño, mas tarde nos dimos cuenta que llevaban nuestro mismo destino, y que nosotros les superábamos en velocidad (hicimos el trayecto con todo el trapo fuera). Al final llegamos a la bocana igualados, pero estuvimos en el amarre unos minutos antes porque tuvimos la precaución de poner rumbo ¼ de milla a sotavento de la bocana para que al finalizar la maniobra de encarar el viento para arriar, estuviésemos justo entre las luces del puerto.  Ellos, una pareja inglesa de, luego supimos, 80 años, amarraron, con una maniobra serena e impecable de ancla por la proa, a nuestro estribor. Son nuestros héroes, nos dijimos Mario y yo. Les pregunté que de donde venían. “Today from Lavrios, twenty years ago, from England” Le comenté lo de que eran nuestros héroes y me dio las gracias con un efusivo apretón de manos. Luego escribió en un papel la dirección de un varadero al norte de Evia donde ellos dejan el barco en invierno y me dijo que enseñase al dueño una foto que le había hecho para decirle que iba de su parte.
Fondeo de Voufalo
Desde ahí navegamos al recogido fondeadero de Voufalo, en el canal de Evia, donde pasamos una noche apacible.
Chalkis, encrucijada de mares y caminos, donde vehículos y barcos se reparten el cruce del estrecho paso que separa la isla del continente.
Procedimiento para cruzar el puente: pagar la tasa correspondiente (35,60 para 31 pies en mayo del 2019) en la oficina de la capitanía de la marina (a 300 metros a babor, por una acera de 20 centímetros de estrechura), provisto de la documentación del barco (abanderamiento, seguro y DEPKA) de 8 de la mañana a 8 de la tarde (creo); con lo mismo y el documento de pago, y a partir de las 5 de la tarde, acudir a la oficina de la policía de tráfico marítimo ( parte trasera del edificio de los guardiamarinas, en una callejuela cerca de la marina, en el interior del pueblo) donde te dan las instrucciones del paso; a saber: estar a la escucha desde las 9 de la noche en el canal 12, te avisarán por el nombre del barco para que estés prevenido (15-20 minutos antes del cruce) y luego van dando paso de uno en uno con el puente ya abierto.
A la entrada del propio puente hay un cartel luminoso que avisa a los vehículos y transeúntes de la hora a la que se cortará el paso para dejar vía libre a los barcos. En nuestro caso lo pasamos sobre las 11 de la noche y continuamos, según nuestros planes hasta el pueblo balneario de Eidipsos, donde nos abarloamos al amanecer en el único hueco disponible y justo a la popa de un barco español conocido en los foros náuticos. Buenos días, dije en voz alta más tarde, cuando ya se notaba actividad en el interior. Enseguida salió la pareja de navegantes y su perro. Estuvimos de charleta un buen rato intercambiando experiencias, opiniones y derroteros.
Depósitos calcáreos de las aguas termales de Eidipsos
Baño, ducha, inmersión en las aguas termales que se precipitan hasta el mar, puro disfrute; imprescindible si pasas por el canal de Evia.
 Anochecido, caminata por el paseo marítimo, entre las mesas de los restaurantes, preparados para recibir la escasa clientela de estas fechas. Desde una mesa nos llaman;
“Eh! Skiper, where are you coming from”.
“Spain”.
“España, hola amigo; I have lived many years in Brazil… take a table, I have fresh fish, greek food,  or what you want.
 “Thank you, but we eat in the boat”
“Ok”
Y cuando nos alejábamos:
“Eh, skiper, :Listen to the wind”.
A la vuelta nos vio de lejos el indiano griego:
“Listen to the wind”, voceó desde la otra acera.
 “Escucha al viento”, recordé al amanecer de esa mañana, con las nieves del Parnaso ya iluminadas por el sol, mientras nos alejábamos de Eidipsos. Ese viento, que no es sino nuestra propia vocecita interior, nos recuerda nuestra fragilidad y, al mismo tiempo nuestro poder en medio de esa naturaleza brutal, en otro momento poblada de dioses, que nos rodea.
Oreoi, lugar donde está el varadero recomendado por el veterano inglés. En el puerto estábamos un par de docenas de veleros. Pedí prestada una bici a uno de los navegantes y pedaleé los 10 minutos que me separaban del varadero. “Dimitris?” pregunté a la chica de la oficina-tienda. Que volvería en unos minutos, me dijo.
 Atardecer en Oreio

Dimitris, un hombre joven y recio me explicó las condiciones y precio de su servicio. Reconoció a “Deivid” en la foto, y me contó que “Daian”, su mujer, siempre llevaba el timón mientras David soltaba cadena en los atraques. Es verdad, le dije.
 La siguiente meta era Nea Agchialos, en el golfo de Volos. Motoreta para llegar sobre las 12. A pocas millas empezamos a ser conscientes de que el pueblo está en una zona militar restringida a la navegación; lo dice el plotter, el Navionics, y el derrotero de Imray; y los cazas que nos sobrevolaron en varias ocasiones. Cambio de rumbo a Agriá. Al intentar entrar la sonda empezó a quejarse de falta de calado. Nuevo cambio de rumbo, esta vez a Skiatos, ya en el límite de lo posible por horario. Al llegar a la salida del golfo el viento comenzó a arreciar de cara, con la consiguiente acumulación de retraso. Nuevo cambio de destino que nos permitiese ceñir ese viento; Pefki era un buen candidato considerando que rolaría favorablemente a componente norte.
Puerto pesquero con un solo amarre para transeúntes en una esquina rayando con la falta de calado.
Pefki es un destino turístico local muy conocido y con bastante infraestructura para acoger a unos cuantos miles en temporada. Ahora calentaban motores.
Skiatos, al fin, se perfila a unas millas. Primer contacto en la bonita, aunque  moteada  de hamacas y sombrillas, playa de Koukounaries. Amarrados en su minúsculo puerto, paseamos la fina arena de la playa. De aquí a la capital de las Espóradas.  Skiatos, pueblo o ciudad plagado de turismo de pareo, de imanes para nevera y jarritas de cerámica con el nombre de la isla en letras griegas. Es la central de varias empresas de charter, por eso la policía portuaria vino a avisarnos de que debíamos abandonar nuestro amarre en media hora porque venía la flota, con amenaza de multa. Al mismo tiempo nos informó de un amarre donde pasar la noche: detrás del espigón del puerto, es decir en la puñetera calle, popa a una escollera de peligrosos pedruscos, de la que sobresale metro y medio de pasarela que permite mantener cierta distancia entre las piedras y la pala del timón en condiciones normales. Esas condiciones normales     
                                        
El mar desde cerca de la torre del reloj
desaparecieron al paso del ferry expreso Atenas-Skiatos. El tren de olas que levantó subió en volandas la popa del Pixel arrastrando todo el barco contra la pasarela y dejando caer la pala contra la roca del fondo. Susto tremendo y pala descascarillada. Esa mañana había contactado con un operario que trabajaba en el palo de un velero vecino, para que repusiera unos remaches flojos del anclaje de la cruceta al palo. Su jefe nos recomendó que nos mudásemos de sitio: En el puerto viejo estaréis mucho mejor; y me señaló el lugar exacto en unas cartas náuticas de su móvil. Allí pasamos la noche a la espera de que, con la mañana, llegase el trabajador a ponernos los remaches. Llegaron sobre las 10. Al rato llegó también  el expreso Atenas-Skiatos. Esta vez estábamos mucho más lejos, incluso teníamos una peninsulita por medio, el que se iba a subir al palo esperaba por simple prudencia…El meneo fue memorable: dos tirones secos de las amarras arrancaron de cuajo una cornamusa y partieron en dos la otra. Los dos golpes de la popa contra en muelle los sentí como dos patadas en el estómago. El que se iba a subir al palo me dijo inmediatamente que mirase a ver si había alguna vía de agua. No era así (lo miré varias veces con intervalos cada vez mayores). Denuncia posterior en el cuartelillo de la policía portuaria con la esperanza de que mi aseguradora reclamase los daños. Al fin lo de la cruceta quedó resuelto con la salvedad de que los anclajes tenían unas fisuras que recomendaban prudencia, vigilancia y reparación en cuanto fuera posible. El trabajador, en realidad autónomo, no quería cobrarme lo que habíamos acordado: es decir la mitad de lo que me pidió al principio. “Make me a price of a sail man, not of a rich man” le había dicho (no se si es buen inglés, pero me entendió). Luego me aceptó los 50 euros después de que le confirmara por segunda vez que podía pagarlos. “Efjaristó polí” le dije al armenio. Me había dicho que era armenio.
Abandonamos Skiatos, como quien huye de un incendio, rumbo a Patitiri en Alonisios; en su puerto pasamos la noche.
Por una carencia de las cartas del plotter, en las que no figura el puerto de Linaria, fuimos a parar a la desolada marina de Akhili. Proyecto abandonado a su suerte a medio construir. Otro velero despistado y menos de media docena de barcas de pescadores éramos todos los ocupantes de un lugar con capacidad proyectada de 200 o 300 barcos.
Skiros

 Nos acercamos en autostop al bonito pueblo de Skiros, de casas blancas con tejado plano que se precipitan monte abajo. Cuando, a la vuelta, el taxista nos llevó, siguiendo nuestras equivocadas indicaciones, al puerto de Linaria, recoleto y brillante en la noche, comprendimos que nos habíamos confundido en algo.
Al día siguiente tocaba llegar a Turquía, a Çesme. Lo decidimos así para adaptarnos un poco al país antes de llegar  a Çanakale, a partir de donde yo tendría que continuar solo, los siguientes 8 días, hasta Estambul. Unas 20 horas. Echando cuentas nos daba tiempo de tomar un café en Linaria antes de poner la proa a Turquía. Marina pulcra, pequeña pero muy bien equipada; tiene incluso gasolinera en el muelle, único caso que hemos visto en Grecia este año. Pueblecito colgando de la ladera. Un complejo hotelero abandonado, todo lo demás limpio y en perfecto funcionamiento.
Comimos pronto para, según lo previsto, llegar con tiempo de resolver el papeleo de entrada a un país extracomunitario.